viernes, 16 de septiembre de 2022

Bitácora de una Colombia que renace (9)

 Apología de Gustavo Bolívar 


No tiene necesidad de estar ahí. Eso lo dejó claro hace cuatro años, en su primera oportunidad en el parlamento. Tampoco ocupa su curul por dinero: dona su sueldo. Ese desinterés clientelar, característico entre sus pares, lo convierte en un funcionario sui generis en el panorama nacional. En él se cumple la máxima que haría célebre Claudia Lopez cuando fue interrogada sobre el ejercicio de la función pública: la política no es un negocio, sino una vocación, y se presta un servicio que debiera estar lejos de buscar el lucro personal. El funcionario público no debería ver el Estado como una fuente de riqueza, sino como la oportunidad noble de prestar un servicio en procura del bien general. Como podrá verse, a este punto me es inevitable hablar en griego y evocar a Platón y su República. Gustavo Bolívar es el arquetipo del que ejerce la política por la política misma, es decir, del que presta un servicio desinteresado a su patria con el objetivo de que el país sea un mejor lugar en el cual vivir. Nada más. Desde luego, no intento estatuir un nuevo santoral con Bolívar como patrono, pero sí busco el reconocimiento al que reconocimiento merece. No hay un político así.


La política por la política misma. La política como vocación en aras del bien general. Sigo hablando en griego. Y sigo siendo idealista. Me interesa ese desinterés del que ha sido exitoso en su área como guionista y escritor y pone en paréntesis su carrera por buscar la quimera de un país mejor para todos. Me interesa el acto altruista de donar un sueldo de congresista y trabajar sin afán de lucro. En nuestra realidad no habíamos visto algo así. Gustavo Bolívar es ese animal exótico que se guía por un sueño y, en su consecución, pospone su legado para ofrecer un servicio a su patria. Si nos detenemos a observar esa actitud, su sola contemplación lo pone en un lugar excepcional. Tan sólo por eso, merece mi respeto. Desde luego, no le faltan detractores: en un gallinero, el águila tiene una fuerte resistencia porque sus alas son enormes y su pico es largo y afilado, poco diestro para la tarea comunal de arañar el suelo y procurarse gusanos y semillas. Por ende, es incomprendido. En el gallinero, es resistido. En el clima de mediocridad, como lo dijera José Ingenieros, siglos antes, el idealista debe esperar a que las condiciones mejoren para esculpir lo que será su obra perenne. Entretanto, estamos en el clima de la mediocridad, donde los agazapados y los acomodaticios medran en el banquete público para asegurar su sustento. Los puestos oficiales son acaparados por transacciones mercantilistas donde unos trabajan por el bienestar de otros, pero nunca por el bienestar de todos. Y cuando una figura de tamaña magnitud entra en la escena pública, lo natural es la resistencia. El senador es una de las figuras del Pacto que más resquemores suscita porque no pueden leerlo tan fácilmente. No tiene sus mismos apetitos ni busca lo mismo que ellos. Bolívar es un político no político; esto es, un hombre libre que no tiene los intestinos amarrados al Estado para obtener ingresos, como sí lo es un político promedio. En cambio, es un hombre que trabaja en el congreso con una agenda que es la de todos: equilibrar la balanza. Como es obvio, no intento salvarlo de salidas en falso o de declaraciones desafortunadas: el tipo no es perfecto. Tiene su temperamento, sus pasiones y sus ambiciones. Pero le admiro su talante visionario de aplazar su obra por mejorar las condiciones de los de abajo. En este aspecto, no hay otro político que se le pueda comparar. Por eso su presencia resulta urticante para unos y amenazante para otros.


El ejercicio de la política comporta esos riesgos. Y estamos aprendiendo, en el gobierno del cambio, que para gobernar hay que tomar decisiones y no siempre éstas resultan ser populares. Gustavo Bolívar, antes de la elección presidencial, había declarado que, de haber perdido en la presidencia, se retiraría de la política. Felizmente, estará cuatro años más. A este punto, faltan los adjetivos para elogiarlo y darle un homenaje adecuado a su estatura. Es el primero de los petristas porque no le debe su lugar a nadie, ni siquiera al presidente Petro. Por lo tanto, puede criticar abiertamente lo que le parece y lo que no. Por fortuna, nunca recalará al otro lado de la orilla, donde no es ni será persona grata. Y no lo salvaré de lo cuestionable que pueda hacer en su carrera como congresista. 



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