El día después de mañana.
He decidido iniciar una serie de escritos sobre la Colombia que se construye después de la elección presidencial. El ejercicio, más que obligado, es reparador. Se trata de construir lo que será nuestra patria para las próximas generaciones. Así, con este tono escatológico. Porque el Pacto que propuso Petro, para ser viable a largo plazo, requiere dar frutos consistentes desde ahora. Es una perogrullada decir que el cambio esperado no se dará de un día para otro, pero lo que sí aspiramos (y es nuestra apuesta más cara) es que desde ahora podamos ver los cimientos de la Colombia que todos queremos.
Como lo decía en publicaciones anteriores, el lunes después de la elección nuestra tierra siguió siendo la que es. No hubo incendios, tampoco se congestionó el aeropuerto ni vimos filas interminables en los supermercados con compradores acaparando productos. Nada de eso. El escenario apocalíptico que nos presentó la Derecha no fue más que una representación teatral tan demencial y fabulosa como quienes la propugnaron. Nada de eso pasó, por fortuna. Lo que quedó es una propuesta de país por edificar. Lo que nos queda luego de la segunda vuelta es llegar a consensos y dar nuestro mejor esfuerzo para que las cosas vayan bien por cuatro años. Y los desafíos no son sencillos. Las reformas más urgentes (tributaria, por ejemplo) debe darse en la primera legislatura. Entre el ejecutivo y el legislativo deben trazar la hoja de ruta para enderezar el país, porque los desafíos que nos propone el horizonte internacional son complicados. Se avecina una crisis alimentaria por el conflicto en Ucrania. Y ese escenario debe ser afrontado por un estadista. El tiempo juzgará si Petro fue ese líder que esperamos que sea.
Por lo pronto, aún no se ha posesionado. Pero el ambiente es distinto, el aire es más ligero y esperanzador. Esa es la palabra que define nuestro optimismo por estos días. Hay buenas señales. Se percibe cierta lozanía en los rostros de mis paisanos. Hay optimismo.