lunes, 26 de septiembre de 2022

Bitácora de una Colombia que renace (10)

 El tema ambiental en la agenda política internacional


Es inédito en la política colombiana que un presidente le hubiera alzado el tono de voz a Estados Unidos en un escenario como la asamblea de las naciones unidas y que ese tono tuviera un marcado contenido ambiental. Tan solo por eso, valió la pena haber votado por el cambio. Pero, a diferencia de lo que opina Miguel Turbay (para quien cada actuación del gobierno es sospechosa y susceptible de examen) el discurso no reivindica al elegido con sus electores: es, por el contrario, concretizar lo prometido en campaña. Lo interesante de la intervención del presidente Petro no está, sin embargo, en el contenido de su discurso, sino en el viraje que da con el mismo a las relaciones con el norte. El norte: una palabra precisa para referirse a Estados Unidos. Lejos de provocar un incendio, intuyo en las palabras de nuestro presidente una nueva posición con respecto a las relaciones que hemos tenido con nuestros amigos gringos. Y como ha insistido desde el principio de su administración, nuestro presidente quiere un diálogo franco y sincero, donde el respeto y no el menosprecio sea la rúbrica distintiva. Una gran diferencia con respecto a todas las administraciones pasadas. En este artículo no pretendo hacer una disección pormenorizada del contenido de su alocución (tema ya agotado por nuestros analistas); me interesa la posición que asume el gobierno colombiano frente al exterior. Desde luego, todos los conservaduristas salieron lanza en ristre contra nuestro presidente, lo cual cabría esperarse: no era para menos. Ellos nunca se habrían atrevido siquiera a mirarlos a los ojos si estos no se lo permitieran. Se escandalizan cuando alguien lo hace. Es como el esclavo que osa increpar a su amo. No entienden otra ética que la erogada por la servidumbre voluntaria. Es su naturaleza: tienen un código moral tan obtuso y anacrónico que, para mantener su estatus social con sus prebendas y privilegios, se acostumbraron a medrar entre las sombras de un país feudal. Por eso la indignación. Olvidan que, en esta porción de tierra, habitamos nosotros y ellos y ya el oscurantismo pasó. No somos una colonia del norte. Por tanto, sólo se habla (sobre todo se discute) entre iguales, como escribiera Savater. Y esa igualdad empieza en las palabras, en el discurso, en la proposición de ideas para replantear una nueva política antidrogas, por ejemplo.


Los ojos del mundo se posan en el medio ambiente. Petro acusa al capital por el deterioro del planeta. Y tiene razón: al empresario no le importa talar una hectárea si con eso logra un buen pago. Ven los recursos naturales con el signo equivocado del dinero. Todo lo tasan y todo lo venden. Hasta ahora, cuando llega alguien que no comulgan con sus pesas ni medidas. Por eso creo en el cambio.


viernes, 16 de septiembre de 2022

Bitácora de una Colombia que renace (9)

 Apología de Gustavo Bolívar 


No tiene necesidad de estar ahí. Eso lo dejó claro hace cuatro años, en su primera oportunidad en el parlamento. Tampoco ocupa su curul por dinero: dona su sueldo. Ese desinterés clientelar, característico entre sus pares, lo convierte en un funcionario sui generis en el panorama nacional. En él se cumple la máxima que haría célebre Claudia Lopez cuando fue interrogada sobre el ejercicio de la función pública: la política no es un negocio, sino una vocación, y se presta un servicio que debiera estar lejos de buscar el lucro personal. El funcionario público no debería ver el Estado como una fuente de riqueza, sino como la oportunidad noble de prestar un servicio en procura del bien general. Como podrá verse, a este punto me es inevitable hablar en griego y evocar a Platón y su República. Gustavo Bolívar es el arquetipo del que ejerce la política por la política misma, es decir, del que presta un servicio desinteresado a su patria con el objetivo de que el país sea un mejor lugar en el cual vivir. Nada más. Desde luego, no intento estatuir un nuevo santoral con Bolívar como patrono, pero sí busco el reconocimiento al que reconocimiento merece. No hay un político así.


La política por la política misma. La política como vocación en aras del bien general. Sigo hablando en griego. Y sigo siendo idealista. Me interesa ese desinterés del que ha sido exitoso en su área como guionista y escritor y pone en paréntesis su carrera por buscar la quimera de un país mejor para todos. Me interesa el acto altruista de donar un sueldo de congresista y trabajar sin afán de lucro. En nuestra realidad no habíamos visto algo así. Gustavo Bolívar es ese animal exótico que se guía por un sueño y, en su consecución, pospone su legado para ofrecer un servicio a su patria. Si nos detenemos a observar esa actitud, su sola contemplación lo pone en un lugar excepcional. Tan sólo por eso, merece mi respeto. Desde luego, no le faltan detractores: en un gallinero, el águila tiene una fuerte resistencia porque sus alas son enormes y su pico es largo y afilado, poco diestro para la tarea comunal de arañar el suelo y procurarse gusanos y semillas. Por ende, es incomprendido. En el gallinero, es resistido. En el clima de mediocridad, como lo dijera José Ingenieros, siglos antes, el idealista debe esperar a que las condiciones mejoren para esculpir lo que será su obra perenne. Entretanto, estamos en el clima de la mediocridad, donde los agazapados y los acomodaticios medran en el banquete público para asegurar su sustento. Los puestos oficiales son acaparados por transacciones mercantilistas donde unos trabajan por el bienestar de otros, pero nunca por el bienestar de todos. Y cuando una figura de tamaña magnitud entra en la escena pública, lo natural es la resistencia. El senador es una de las figuras del Pacto que más resquemores suscita porque no pueden leerlo tan fácilmente. No tiene sus mismos apetitos ni busca lo mismo que ellos. Bolívar es un político no político; esto es, un hombre libre que no tiene los intestinos amarrados al Estado para obtener ingresos, como sí lo es un político promedio. En cambio, es un hombre que trabaja en el congreso con una agenda que es la de todos: equilibrar la balanza. Como es obvio, no intento salvarlo de salidas en falso o de declaraciones desafortunadas: el tipo no es perfecto. Tiene su temperamento, sus pasiones y sus ambiciones. Pero le admiro su talante visionario de aplazar su obra por mejorar las condiciones de los de abajo. En este aspecto, no hay otro político que se le pueda comparar. Por eso su presencia resulta urticante para unos y amenazante para otros.


El ejercicio de la política comporta esos riesgos. Y estamos aprendiendo, en el gobierno del cambio, que para gobernar hay que tomar decisiones y no siempre éstas resultan ser populares. Gustavo Bolívar, antes de la elección presidencial, había declarado que, de haber perdido en la presidencia, se retiraría de la política. Felizmente, estará cuatro años más. A este punto, faltan los adjetivos para elogiarlo y darle un homenaje adecuado a su estatura. Es el primero de los petristas porque no le debe su lugar a nadie, ni siquiera al presidente Petro. Por lo tanto, puede criticar abiertamente lo que le parece y lo que no. Por fortuna, nunca recalará al otro lado de la orilla, donde no es ni será persona grata. Y no lo salvaré de lo cuestionable que pueda hacer en su carrera como congresista. 



lunes, 5 de septiembre de 2022

Bitácora de una Colombia que renace (8)

 La oposición ¿inteligente?


Estuvimos a ese lado del espectro durante tanto tiempo que se hace extraño escribir sobre oposición, pero veo lo que pasa ahora con la tan mentada oposición inteligente que estas líneas se hacen, más que pertinentes, necesarias para sentar las bases de una discusión. El gobierno del cambio inició y, con él, una nueva clase de resistencia política que, al no estar acostumbrada a ese ejercicio de la democracia que consiste en poner la lupa en la administración pública y cumplir el rol de veedor crítico, da palos de ciego en cada puesta en escena. Sí, con esas palabras. Porque esta especie de contradictor político no sabe hacer nada distinto a lo que ha venido haciendo, incluso cuando estuvieron en el gobierno: dar palos de ciego. Parece que su intento de estar a la otra orilla del gobierno, más que fungir como censores de las actuaciones del establecimiento, es legitimarse ante sí mismos como opositores. Y, para lograrlo, salen con cualquier cosa para llamar la atención y pedirle a su audiencia que no los ignore. Es una puesta en escena. Lamentable, si se quiere. Paloma Valencia y su sainete con cuatro gatos que intentó pasar ante medios afines a su ideología como protesta al nuevo gobierno, así lo demuestra. Y el congresista por las negritudes —que ganó su curul engañando a las negritudes— es otra prueba deplorable de ello: buscan discordar con lo que sea que haga el gobierno. Entienden su novísima función como decir siempre no. Y se instalan frente a sus simpatizantes como una alternativa viable de opinión. Muy distintos a lo que fue la oposición durante el gobierno pasado. Desde luego, no salvo de salidas en falso del gobierno del cambio en el primer mes de ejercicio —las hay y variadas— pero salir a los medios y criticarlas sin más argumentos que decir no, es una postura que muestra el talante de la oposición que se está formando. Necesitamos debates con altura y propuestas frente a lo que consideran errado. Y, para llegar a ese estado del arte, se requiere tener una visión de país más amplia. Necesitamos una oposición que realmente conteste desde el otro lado del espectro y sea constructiva frente a lo que no están de acuerdo, pero cuando salen con dislates como la reforma del salchichón o con declaraciones desinformadas sobre el silencio de colombia en el caso Nicaragua, se deja ver que se requiere más trabajo y más análisis.

 

La oposición por la oposición misma. Son como aquellos inconformes que no saben por qué lo están. No saben a qué oponerse. Se intuye en sus motivaciones la necesidad de manosear la opinión pública para llegar con algún caudal electoral frente a las elecciones regionales del próximo año. Una oposición férrea cuya única tarea pareciera ser decir siempre no a lo que le propongan. es como discutir con un fanático religioso sobre el cielo y el infierno: para esta clase de gente, no habrá más alternativa que lo uno o lo otro.




martes, 16 de agosto de 2022

Bitácora de una Colombia que renace (7)

 El pastor millonario: dad al César...


El tema de los impuestos a las iglesias de nuevo está en la palestra, pese a que el ministro Ocampo ha recalcado que no les impondrá tributo en esta reforma. Entonces, ¿por qué la gazapera que se ha armado, tanto en redes como en columnas de opinión? En lo personal, aprovecho el tema para discurrir alrededor de esta posibilidad.


Me interesa ponerme en los zapatos del pastor. Nada más. En esta columna, me apartó de un sí o un no con respecto a la discusión. Claro que estoy de acuerdo con que las iglesias tributen, cómo no estarlo. En lo que me quiero centrar es en la conciencia pietista y legalista de un pastor que legisla desde su púlpito sobre el cielo y el infierno. A diferencia de otros columnistas, mi acento no está en el dinero, sino en el sujeto que lo recibe en nombre de Dios; en el ministro que domingo tras domingo tiene la tarea de enfrentar a Dios con sus adoradores y plantarse frente al Eterno con su conciencia adormecida y engañada, mas no tranquila. Mi interés -más allá de los credos y las advocaciones- está en el mensajero y no en las monedas de oro.


Dar al César lo suyo. ¿Qué es eso? Entregarle lo que le corresponde. En la antigua Roma, las monedas tenían el rostro del emperador de turno. Lo que exigía es que se las devolvieran y, de esa transacción, se originó la primera economía global. En las Escrituras -que es la fuente de autoridad reconocida por las confesiones cristianas- se establece que el levita (es decir, el sacerdote) debe ser sustentado por el pueblo porque no tiene heredad en la tierra. Y ese es el argumento principal de la iglesia evangélica. En este punto, tienen razón: basta ver al párroco de barrio al cual le llega dinero y mercado de parte de su feligresía, la cual teme el castigo y el fuego y, en no pocas ocasiones, a través de bazares y rifas recauda fondos para levantar la parroquia. Parroquia que, desde luego, pasa a ser propiedad de la Santa Sede. Hasta este punto colijo con ellos: al levita lo sustenta su pueblo y lo asiste. Pero el asunto deja de ser así de sencillo cuando el sacerdote recibe más de lo que puede consumir y, en vez de repartir el excedente, decide de manera egoísta quedárselo. Cuando el pastor recibe más de lo que puede gastar y no lo reparte entre los menesterosos -como es su función hacerlo- abandona su propósito primero y cae en pecado. Arjona: a Jesús le da asco el pastor que se hace rico por la fe. Y le agregaría: no solo a Cristo, también a nosotros los desterrados hijos de Eva. Lo repito: cuando el pastor recibe dinero de parte de los creyentes y, en lugar de bendecir a su prójimo entregándole parte de lo recibido, se lo queda y lo guarda para sí, peca; cuando se aparta del voto de pobreza que le enseñó el hijo de Dios y usa el don recibido de lo alto para acumular riquezas, peca; cuando decide que el gusto por las riquezas es mayor a su vocación, peca. Ante Dios y ante los hombres. Porque su función no es acaparar riquezas, sino imitar a Cristo. De igual manera, el Cristo les enseñó que no se puede amar a Dios y a las riquezas, porque uno termina por excluir al otro. Por eso me causa curiosidad que haya un debate sobre los impuestos eclesiales: lo raro no es que no tributen, sino que por iniciativa propia no lo hayan hecho. Que atestiguen de su fe con el ejemplo, como lo exige el evangelio. Para los que no profesamos su credo con tanta devoción nos causa simpatía la figura del pastor en Rolls-Royce, Rolex y Balenciaga: se ha desviado de la fe. Pasan de ser siervos del Altísimo a ser sepulcros blanqueados. Se les olvida que el tan mentado evangelio de la prosperidad no es tener bienes suntuarios ni edificios ni propiedades costosas, como lo hacen ciertos falsos profetas, sino propagar entre sus hermanos el mensaje de caridad del crucificado. Nada más alejado del mensaje del mesías que un pastor opulento. Y esto, como es natural, nos lleva al tema de los impuestos: dado que los pastores son tan prósperos con su congregación, es justo que paguen impuestos por sus ingresos. Porque el diezmo que reciben de sus fieles son ingresos, los cuales deberían estar gravados. Y que no se les ocurra ocultarlos, como lo hicieron Ananías y Zafira…


Hasta que no cambien su concepción sobre qué es el Evangelio de la prosperidad (lo entienden como vivir como ricos profesando un mensaje de austeridad) las iglesias cristianas seguirán siendo un fortín del politiquero de turno. No causa tanto asco hoy en día que escuchar a un pastor condenando a las llamas eternas a un homosexual por su condición cuando él mismo ha caído en simonía. El pastor Rico es la antítesis del Cristo que profesa.  Sálvanos, señor, de caer en una iglesia de esas…



martes, 9 de agosto de 2022

Bitácora de una Colombia que renace (5)

 Las viejas estructuras y los nuevos fundamentos.


“... unas reformas que no implican destruirlo todo, sino construir sobre lo construido, pero en algunos casos, demoler para reconstruir nuevos cimientos sociales…” esta frase, esbozada del discurso de Roy Barreras en la posesión presidencial hace unos días, define certeramente lo que será el gobierno progresista de Gustavo Petro en el cuatrenio del Pacto. La frase también conjuró, de una vez por todas, los temores infundados que aún puedan incubarse en la conciencia colectiva: no se pretende refundar la patria, como alegan los opositores. Se trata de replantearse las instituciones de nuestra sociedad y redefinirlas en el nuevo contexto político. Los fantasmas del socialismo del siglo XXI se desvanecen a medida que se concretice las reformas que se llevarán a cabo para poner en marcha la idea de país por la cual votamos en las pasadas elecciones. El reto no es sencillo, así como gobernar no es una tarea fácil. Se trata, ante todo, de buscar consensos y dirimir disputas para llegar a acuerdos. Eso es democracia, a grandes rasgos. 


Construir sobre lo construído. Levantar el andamiaje sobre fundamentos ajenos. Lo encomiable es encontrar basamentos sólidos para que la obra a ejecutar pueda resistir los embates eventuales. Esa premisa tranquiliza. El nuevo gobierno no viene a arrasar con nuestra seguridad jurídica ni va a improvisar un gobierno vaporoso. Por eso Petro es un estadista. Nuestro país no puede caer en la tentación de arrancar de nuevo cada cuatro años guiado a los caprichos sucedáneos del gobernante de turno. Por eso hay que echar mano de lo que dejó la anterior administración para continuar la obra propia. En este sentido, se entiende que Colombia no es lo que un mandatario quiere que sea, sino lo que ha venido siendo por doscientos años de historia republicana y, en este sentido, es un producto histórico. Disculpen si estas líneas se plagan de lugares comunes y frondas retóricas: en ocasiones es saludable revisar los anaqueles de la memoria y hacer un inventario minucioso para parir una idea que pueda sostenerse para uno mismo, aunque no para el resto del mundo. Y esa honestidad intelectual me obliga a escribir distendido y recorrer lo que he sido para ver el porvenir sin apasionamientos. Ese examen es necesario en cada uno de nosotros para pararnos frente a lo que se nos viene como patria. Y vuelvo sobre la frase que origina este artículo: construir sobre lo construído. Es una obviedad que me tengo que replantear para extraer de ella las consecuencias posibles. En el ejercicio político, es redundar. Lo interesante es cuando viene acompañada con su condicionante, el cual prende las alarmas. Y es ese condicionante lo que nos llevó a las urnas y elegir el gobierno de Petro. Estamos acostumbrados a que desde las esferas gubernamentales nos digan que las cosas, así como están, están bien. Y lo hemos creído por luengos años, hasta el momento en que nuestra conciencia social fue sacudida por las injusticias y las masacres. Entonces advertimos que las cosas, como estaban, no estaban necesariamente bien. Por lo menos, no para nosotros, los de abajo. La desigualdad en Colombia tiene un origen: el gobierno de unos cuantos, que aseguraron su bienestar a costa del bienestar general y armaron el andamiaje gubernamental para que esa estructura se conservara por generaciones. Y a ese orden lo llamaron Establecimiento. Y por años estuvimos de acuerdo con ese sistema. Hasta que la verdad nos abrió los ojos. Construir sobre lo construído, desde esta óptica, pretende hacer las nuevas obras sobre los viejos cimientos, es cierto, pero el enfoque cambia: ya no será para unos cuantos, sino para todos. Equilibrar la balanza social, como lo he venido escribiendo en el transcurso de estos artículos. Que el acento no esté en la satisfacción de unos cuantos burócratas, hijos de quienes construyeron el establecimiento, sino en el pueblo, que es el primer elector y el principal sujeto de la política. Pero —y ese es el quid del artículo— cuando esas viejas estructuras sean insuficientes para resistir la obra que sobre ellas se pretenda levantar, hay que demolerlas y hacerse unas nuevas. Y este es el punto en que las antiguas castas políticas usufructuarias del néctar del Estado entran en disputa con el gobierno actual; donde los exactores del viejo orden entran en conflicto con quienes desean llevar a cabo la renovación. Por eso, este cuatrenio no va a ser un gobierno fácil: nadie quiere que le arrebaten lo que por años ha sido de su disfrute particular. Ninguno de la vieja clase política desea que le sean despojados los privilegios que sus antepasados les han legado. Y es natural que así sea. Por eso la tarea es ardua. Pero hay que iniciarla, que provocarla. Toda gran obra tiene un comienzo. Y el de ésta, es ahora.


Construir sobre lo construído tiene razón en cuanto esas viejas estructuras sean aprovechables y consistentes. Pero cuando no lo sean deben ser derribadas y reemplazadas por unas nuevas, como lo propone el Pacto. Y, como es normal, habrá quienes se resistan a ese cambio porque se ve comprometido su estilo de vida y sus privilegios.



viernes, 29 de julio de 2022

Bitácora de una Colombia que renace (5)

 Algunas palabras sobre Duque


Cabe imaginarse a Iván Duque escrutando, desde la ventana de la casa de Nariño, el horizonte plomizo del cielo bogotano sometido íntimamente a un examen de conciencia sobre el presidente que pudo haber sido y lo que evidentemente resultó siendo. En este punto, las figuras literarias no ayudan mucho: intentan romantizar el espectáculo grotesco y deplorable de un hombre atrincherado en el poder, quien siente cómo se acerca el ocaso de su gestión sin dejar un legado palpable y perenne. Lo único que le queda por hacer es un inventario burocrático de las obras que alcanzó a entregar y las que dejó en ejecución. Pero eso, claramente, no es un legado. Es como el empleado que intenta persuadir a su supervisor sobre la importancia de su gestión al resaltar lo eficiente que la hace, ignorando que para eso se le contrató. Lo vimos en su rendición de cuentas en el congreso, hace algunos días. Duque el funcionario: se dedicó a dirigir el país al vaivén de los caprichos de su partido y, al no resultar las cosas como le hubiera gustado que pasaran, se decidió a hacer oídos sordos al pueblo y gobernar para sus amigos. Y ni el pueblo ni su partido avalan su gestión. Los primeros lo quieren lejos de la presidencia y los segundos no quieren verse involucrados con su desastre. Lo dejaron solo, lo lanzaron a las fauces afiladas de sus opositores y no se preocuparon por respaldarlo. Por eso se dice que la victoria es grandilocuente y pletórica de amigos y la derrota es huérfana y muda. Salvo por los demonios interiores. En el caso de nuestro presidente saliente, este cuadro adquiere especial relevancia: tras los cristales de la casa de Nariño que dan a la plaza de Bolívar, Duque el desencantado percibe las horas que le quedan en el mandato como un rosario inmisericorde de ayes y reclamos por las cosas bienintencionadas que le faltaron por hacer. Y en la soledad de su estudio siente el peso de la soledad tan abrumadora e insoportable que intenta autocompadecerse valiéndose de la pandemia y el fantasma de la recesión mundial. 


Su última defensa: la culpa la tienen los otros. Nunca él. Tuvo, eso sí, toda la intención de ser un buen gobernante. Lo que pasa es que las cosas no se dieron. Llegó la pandemia, la guerra en Ucrania, la dimisión del presidente de Sri Lanka y otras noticias en el plano internacional. Le pasó de todo para que no pudiera concretar su proyecto de nación. Además, estuvo la oposición. Como lo declaró en su autoentrevista, ésta tuvo la culpa de que Colombia esté como está. Así, en esas palabras. Desde su perspectiva, es inimputable en el tribunal de los pueblos. Simplemente, no lo dejaron trabajar. Y eso le vale para dormir con la conciencia tranquila. La conciencia: ese momento confrontativo al que todos nos enfrentamos en los momentos del día más rutinarios. Pero su conciencia (y lo sabe, aunque se niegue a aceptarlo) no está tranquila: se adormece con sus disculpas y las palmaditas en el hombro de sus subalternos, los cuales lo compadecen desde la hipocresía de los cargos que deja decretados, como las misiones diplomáticas o la junta de Ecopetrol. Al igual que Uribito Arias, no cometió ningún delito, aunque sí propició que otros —ya sea por su anuencia reticente o por su ingenuidad sospechosa— los cometieron bajo su auspicio. El idiota útil de los que manejan los hilos tras bastidores. Hasta ese momento en que su rostro de pega contra el cristal desconcertado del néctar de estar por encima de todos, advierte que el ocho de Agosto se encontrará tan solo como estuvo antes de embarcarse en la aventura del mandato y que otros se lucran gracias a su ineptitud, pero será él quien responda por esos crímenes de cuello blanco, como suele ocurrir. Después de esa implacable fecha, nuestro buen Duque será un ciudadano más, con el agravante de que será tan vulnerable a los caprichos de la fortuna como cualquiera. Sabe que lo indagarán, lo investigarán minuciosamente así como lo hicieron con su mentor, el innombrable, con la abismal diferencia de que aquel ostentó un poder real y efectivo sobre el aparato político nacional —incluso después de dejar la Casa de Nariño— que le permitió evadir la justicia por mucho tiempo, pero él no tiene ese talante ni ese respaldo ni esa influencia. Se irá como llegó al poder: sin ninguna carta de recomendación, sin aval, instrumentalizado. Como ciudadano vulnerable al poder que deja, será presa fácil de las cortes y las investigaciones: se avecina un nuevo proceso 8000. Pero a nadie le importará porque no habrá un duquismo que lo respalde, menos un capital político que lo libre de la espada de la justicia.


miércoles, 20 de julio de 2022

Bitácora de una Colombia que renace (4)

La oposición que viene y sus peligros, si no nos va bien.



Luego del triunfo de Petro, la oposición quedó huérfana. Los cálculos apuntaban a una segunda vuelta con fico y que éste, si perdía la elección, encabezara la oposición al gobierno progresista, pero se atravesó el rey loco y pateó el tablero de ajedrez. Los primeros perjudicados, por ende, fueron los uribistas, los  cuales quedaron desperdigados en el plano político. Sin un líder visible que los acomune, porque Uribe declaró con desenfado que está curado del uribismo. Y sin el innombrable, ¿quién queda? La derecha más radical y pendenciero, quienes son azuzados por odios infundados y miedos sin valor real. Queda una caterva de fanáticos que su único propósito, ya sin el líder, es la oposición por la oposición misma. Y el rey loco tampoco los representa. Son casi diez millones de personas que se nutren de sus miedos y son proclives a moverse según el capricho de quien capte su atención y asuma sus banderas. En este momento, ¿quién puede elaborar un discurso extremista que pueda encender una vez más su fervor? La respuesta es inmediata: la cabal.



Si al progresismo le va mal en este cuatrienio (y espero, de todo corazón,  que no sea así), Maria Fernández Cabal es la presidente que nos merecemos y habremos fracasado como sujetos políticos. Estaremos condenados a nuestro pensamiento medieval y la diatriba entre amo y siervo. Se supo desligar desde un principio de Iván el nefasto y no me extrañaría que abandone el centro democrático para fundar su propio movimiento. Y tiene con qué hacerlo. Su discurso, entreverado de nostalgias de la guerra fría y añoranzas soviéticas, tiene el poder de atraer a esa muchedumbre que quedó desamparada y ofrecer una alternativa frente al Pacto. Por eso el presidente Petro, una vez se posesione, tiene una de las tareas más difíciles que presidente alguno ha tenido en nuestra historia republicana: recomponer el camino. Y lo sabe. Como lo dijo durante la campaña, su visión de país no se construye en cuatro años, pero si queremos ese país prometido desde ya, desde su primer año, debe promulgar las reformas que se necesitan para cristalizar esa quimera. El Pacto no es un proyecto de cuatro años, es cierto, pero si queremos que esa visión sea posible, Petro debe producir los cambios estructurales para que los electores volvamos a las urnas y reelijamos su propuesta. No reelegir a Petro (lo recalcó aquí) porque no es buena la perpetuidad, sino volver a decidirnos por el proyecto que constituyó como Colombia Humana. El Pacto, como reiteradamente lo dijo durante la campaña, es un proyecto de varios mandatarios elegidos democráticamente por el pueblo al que representan, pero su primer desafío (el más grande, quizá) es transformar una república de vocación feudal a una nación que desarrolle el capitalismo como propedéutica necesaria para llegar al sano equilibrio social. Esa es la promesa. Por eso se respira optimismo. 



Es sabido que, al pasar a ser gobierno, los que antes eran gobierno pasan a ser oposición. Es natural, incluso sano que ocurra. Pero no imaginamos que esa oposición que se está configurando alrededor del discurso trasnochado y anacrónico de la cabal se vaya tornando radical, incluso dogmática. Se habla de socialismo, de comunismo… se habla, en fin, de fantasmas. Y los fantasmas asustan. Y el miedo es una herramienta efectiva para dominar. Lo ha demostrado la historia. El miedo fue el combustible del fascismo de la primera mitad del siglo veinte y lo sigue siendo cuando se intenta establecer posiciones políticas. No he escuchado más que frases altisonantes en las entrevistas que me he obligado a oir de la cabal. Lugares comunes, mucho socialismo, eso sí, el Komminter, la socialdemocracia… cosas así. Escuchar a la cabal es asistir a un inventario de términos de la posguerra. Como discurso, es discutible, pero a esta gente no les interesa llegar a la verdad a través de argumentos que cumplan las reglas de la lógica formal; les interesa tener la razón. Y su razón es un nubarrón convulso de pesadillas ya superadas por la humanidad, por lo menos en el hemisferio occidental. En ese orden de ideas, conversar con un uribista que se decida por este discurso inactual, es como debatir con un terraplanista en un simposio de Física contemporánea: quienes los escuchan apenas pueden dar crédito a sus postulados, cuando no los toman en chanza. Y eso, precisamente, es lo que los hace peligrosos. Cuando Trumph era candidato a la presidencia, el error del electorado fue subestimar el discurso del millonario. Porque ¿cómo tomarlo en serio, si su campaña fue un completo circo de todo lo que no se debe hacer? Su discurso racial y homofóbico, sus reformas proteccionistas y arbitrarias, su política exterior de risa… y al no tomarlo en serio, advirtieron tarde que esa sarta de estupideces convenció a muchos y nos llevó a la paranoia de la crisis de los misiles. El pueblo norteamericano aprendió que por más ridículo y zafio que suene un candidato, no puede ser subestimado: hay clientes para esa prosapia delirante. Y nosotros lo vivimos durante tres semanas: estuvimos abocados a elegir un peor gobierno que el de Duque, incluso sin comenzar…



Por lo tanto, no podemos devolverles el favor: no subestimemos a la oposición que se está fraguando desde las cloacas de la extrema derecha. Por dislocado que suene su discurso, debemos estar alerta. La oposición huérfana estará en la búsqueda de alguien que hable por ellos. Confiamos que en el gobierno del Pacto haya cabida para todas las expresiones sociales. Hay reformas urgentes que deben hacerse desde ya, porque no hay tiempo. Porque desde ya lo pronostico: si no hacemos las cosas bien, el panorama dentro de cuatro años no se ve bien. Imagine por un instante a la cabal como presidenta y pregúntese: ¿es el gobierno que nos merecemos?...



domingo, 10 de julio de 2022

Bitácora de una Colombia que renace (3)

 Un riesgo calculado: los que abandonarán el barco.

Como en cualquier organización, hay quienes acompañan porque se sienten identificados con los principios que ésta propugna y quienes lo hacen por conveniencia. Eso lo sabemos de sobra. Y en la dinámica de un gobierno, a medida que va ejecutando las tareas por las cuales fue elegido,  es inevitable la fractura entre quienes estuvieron desde el principio y quienes se van adhiriendo atendiendo más a sus apetitos que a valores o ideas. Es una fricción molesta, es cierto, pero necesaria en la madurez del proyecto. Hablo de los petristas que se sentirán engañados con el gobierno del Pacto y se apartarán al estar en desacuerdo. 

Intentaron encasillar a Gustavo Bolívar en esa tramoya, sin conseguirlo. El primero de los petristas lo declaró en su columna: su apoyo es irrestricto porque conoce a la persona que es Gustavo Petro. Pero habrá quienes se sientan traicionados cuando el gobierno al que apoyaron no haga lo que ellos desean que hiciera. Y es natural que esto pase. Como lo escribí en otra columna, apoyo al Pacto en tanto avance en las transformaciones sociales que se comprometió a hacer. Si el Pacto logra equilibrar la balanza social, me doy por bien servido. Eso, tan solo eso, es un logro histórico. Pero habrá partidarios más radicales para quienes el Pacto no será lo que eligieron.  Es a ellos a quienes me dirijo. El gobierno aún no se ha posesionado, y ya ciertos sedicentes periodistas intentan hacer una debacle de los más nimios pronunciamientos. Su tarea será desinformar y fabricar una opinión reacia al gobierno de turno. Es su función. Pero entre quienes votamos por Petro, desde hace cuatro años, no debe ser así. No debería ser así. Nuestra función debiera ser acompañar al gobierno y fungir como vigías de sus propuestas y actuaciones, sin caer en la tentación hipócrita y oportunista de la crítica sin argumentos. Lo vivimos en campaña: tuvimos que tragarnos ciertos sapos y lagartos sin que nuestra determinación variara. Y un gobierno en ejercicio es proclive a ser vilipendiado porque sus reformas afectan ciertos intereses.


El gobierno, a la fecha y hora de hoy, no inicia. Pero sus pronunciamientos ya comienzan a conmover las bases del establecimiento feudal. Como lo dijo Petro en la entrevista concedida a la revista Cambió, si se radicaliza y se dedica a gobernar para la izquierda más recalcitrante, se aísla y lo tumban. Por eso sus nombramientos ministeriales tuvieron el mensaje moderado que requerimos en este momento. No llegó al poder para arrasar con todo y ya: quienes piensan así, deberían mirar mejor y tratar de razonar. Lo que se quiere de un gobierno progresista es que haga una labor catártica sobre las instituciones y las lleve a cumplir su función social. Que el Estado sea garante del bienestar general y construya las condiciones por las cuales toda persona pueda tener acceso a medios y herramientas que le permita desarrollarse como ser humano. Y eso, mi querido amigo, no es comunismo. O, por lo menos, no el que nos quieren vender ciertas facciones fanáticas e irascible de la Derecha. Ese es el propósito del Estado en cuanto a Estado so ial de Derecho. Por eso la proclama del presidente Petro ha sido el desarrollar el capitalismo, porque Colombia no es un Estado capitalista: se acerca más a una sociedad medieval y sus debates sobre tierras y parcelas. Si esto se materializa.en Colombia, me doy por bien servido y habrá valido la pena esta tarea sin beneficios ni paga, aunque sí profundamente satisfactoria.

Habrá quienes se retirarán decepcionados del Pacto porque no es fácil gobernar para todos, para un país con desigualdades tan marcadas y profundas. Desde ahora les digo que los entiendo. Que los entenderemos en el futuro, porque una cosa fue estar en la oposición y otra, radicalmente distinta, gobernar. Y eso ya lo vivió Petro durante la Bogotá humana. En esos tres años, vimos cómo un hombre se enfrentó al alto gobierno para materializar su ideal político. Hubo quienes se apartaron, claro, pero dejó su huella en la capital, razón por la cual Bogotá es marcadamente petrista. 



viernes, 1 de julio de 2022

Bitácora de una Colombia que renace (2)

 Un gobierno de acuerdos y desacuerdos, como debe ser.



Quienes votamos por Petro, lo hicimos con la convicción íntima de ver en nuestro país un cambio profundo tanto en instituciones como en las costumbres políticas que repercuta con gran impacto en el modo de vida y en la prosperidad de cada colombiano. Esa es, a grandes rasgos, nuestra ambición con un gobierno petrista. Como pueden apreciar, el listón no es bajo para el nuevo presidente. Es lo que se ha venido reclamando elección tras elección, con su consecuente desilusión y su consecuente volver a creer. Por tanto, desde esta perspectiva, puedo decir que los votantes por Petro (la base primera del petrismo) esperan ver cristalizados esos anhelos, nada más. El cómo es lo que nos diferencia a unos y otros pertenecientes a esas bases. Sostengo que el presidente electo gobierne para todos y no solamente para las diversas alas de su amplio frente. Que los anhelos primeros sean tangibles en nuestra cotidianidad, que la prosperidad estatal permee todos los estratos sociales y que los excluidos, así sea en este gobierno, por fin sean reivindicados en obtención de derechos, recursos y oportunidades. Que el progreso, tan cacareado por tirios y troyanos, sea alcanzable para todos y que nuestro país avance (aunque sea un poco) en relación a índices de pobreza y desarrollo.  En fin, que la balanza sea equilibrada.



Estas premisas serán perogrullescas para quienes por años le han apostado a la justicia social. Y lo comprendo. Lo anterior no es más que un recordatorio doloroso e hiriente de buenas intenciones con las cuales se establece una buena campaña política,  como lo hemos visto hasta el hartazgo. Lo que cambia ahora es que hemos conseguido,  a través del voto libre, una oportunidad incomparable de lograr eso que nos parece quimérico. Por lo tanto, vuelvo al cómo: dado que el gobierno es para todos, es factible que en este ejercicio haya facciones que discrepen con el presidente sobre las formas de su labor. Y es a este punto al que quería llegar: para lograr alcanzar los grandes desafíos que nos esperan, hay que gobernar con todos, y no sólo con sus simpatizantes. Es cierto que fueron los electores los que llevaron al poder al presidente, pero en el acto de gobernar, este funcionario debe hacerlo con todo el espectro social que compone nuestra nación y no sólo con sus copartidarios. Eso parece que lo tiene claro Petro, dados sus nombramientos ministeriales. Pero, al hacerlo, comienzan a escucharse disensos entre las bases, lo cual es normal. Los petristas más radicales (los sectarios, como habría que nombrarlos) deben entender que el gobierno debe ser incluyente, tanto con contradictores como con simpatizantes y ese cariz no es señal de debilidad o traición.  Como lo dijo Petro en la entrevista a la revista Cambio, hay que superar los sectarismos, con lo cual concuerdo. No que concierte un armisticio con las élites que tanto hemos resistido (como pueden verlo los sectores más recalcitrantes, tanto de Derecha como de Izquierda) sino que convoque en torno suyo los diversos estamentos sociales para construir  entre todos, una Colombia renaciente. Como debe ser nuestro corolario.



Como presidente, Petro tendrá que lidiar con estos sectores extremos como ha tenido que hacer por años con quienes lo resisten. Como lo dijo en la citada entrevista, si solo gobierna para sus copartidarios e ignora la otra Colombia que votó en su contra, se aísla y lo tumban. Y es nuestro deber de brindar al nuevo gobierno un muro de contención que lo respalde sin perder nuestro carácter crítico e independiente. No queremos puestos ni prebendas: con tal de que cumpla la mitad de las promesas que hizo y que la prosperidad esté al alcance de todos (como fue su blasón de campaña) los primeros electores de Petro nos sentiremos satisfechos.



miércoles, 29 de junio de 2022

Bitácora de una Colombia que renace

El día después de mañana.



He decidido iniciar una serie de escritos sobre la Colombia que se construye después de la elección presidencial. El ejercicio, más que obligado, es reparador. Se trata de construir lo que será nuestra patria para las próximas generaciones. Así, con este tono escatológico. Porque el Pacto que propuso Petro, para ser viable a largo plazo, requiere dar frutos consistentes desde ahora. Es una perogrullada decir que el cambio esperado no se dará de un día para otro, pero lo que sí aspiramos (y es nuestra apuesta más cara) es que desde ahora podamos ver los cimientos de la Colombia que todos queremos.


Como lo decía en publicaciones anteriores, el lunes después de la elección nuestra tierra siguió siendo la que es. No hubo incendios, tampoco se congestionó el aeropuerto ni vimos filas interminables en los supermercados con compradores acaparando productos. Nada de eso. El escenario apocalíptico que nos presentó la Derecha no fue más que una representación teatral tan demencial y fabulosa como quienes la propugnaron. Nada de eso pasó,  por fortuna. Lo que quedó es una propuesta de país por edificar. Lo que nos queda luego de la segunda vuelta es llegar a consensos y dar nuestro mejor esfuerzo para que las cosas vayan bien por cuatro años. Y los desafíos no son sencillos. Las reformas más urgentes (tributaria, por ejemplo) debe darse en la primera legislatura. Entre el ejecutivo y el legislativo deben trazar la hoja de ruta para enderezar el país, porque los desafíos que nos propone el horizonte internacional son complicados. Se avecina una crisis alimentaria por el conflicto en Ucrania. Y ese escenario debe ser afrontado por un estadista. El tiempo juzgará si Petro fue ese líder que esperamos que sea.


Por lo pronto, aún no se ha posesionado. Pero el ambiente es distinto, el aire es más ligero y esperanzador. Esa es la palabra que define nuestro optimismo por estos días. Hay buenas señales. Se percibe cierta lozanía en los rostros de mis paisanos. Hay optimismo. 


martes, 14 de junio de 2022

Carta abierta al que piensa votar contra Petro, pero no por el ingeniero

En este momento de la contienda, la alternativa es o Petro o el ingeniero. No hay más: las otras opciones quedaron descartadas hace tres semanas con suficiencia y no hay que hablar de ellas. Lo que nos atañe es el hoy. Y ese hoy tiene dos caminos diametralmente opuestos: o el cambio o la patria boba. Así, con esas palabras. Así de simple. Como acertadamente lo suscribió la actriz Sandra Reyes, no hay que ser petrista para votar por Petro. Yo le agrego que basta, también, con ver claro y analizar un posible gobierno del Rey Loco, como lo defino.


Para aquellos que no comulgan ni con el candidato ni con el programa, el voto por Petro, como lo dijo Santos Calderón,  en esta segunda vuelta es más por resignación que por convicción, lo cual concuerda con una persona sensata. Se trata de sopesar ambas opciones y determinar (por el no petrista) cuál de los males es el menos. En esas palabras. Porque los ocho millones de la primera vuelta votaron por convicción: ellos tomaron su decisión, tan válida como los que votaron por otras opciones. Lo que esperamos es reflexionar sobre las motivaciones de los votantes que llegan a la segunda vuelta. A ellos les digo que su elección marcará,  como nunca antes, el rumbo del país porque nos encontramos ante una situación inédita: o dejar el país en manos de un estadista (equivocado o no, ya esa discusión a estas alturas es bizantina) o ponernos en las manos de un personaje urdido en las redes sociales, diseñado por un departamento de marketing para ganar una campaña electoral y asesorado por profesionales de la publicidad que no se sabe a quién obedecen. El ingeniero, el Rey Loco, cuyos actos son tan impredecibles como peligrosos, es una realidad como la fue Trumph en Estados Unidos. Y ya vimos lo que padeció el país más próspero del hemisferio. Así,  con esas palabras. Esa es la alternativa.


Desde luego, no intento salvar a Petro de los claroscuros que nos ha dejado entrever durante tres campañas fallidas. Es un ser humano, con sus pasiones, sus yerros y sus defectos. No queremos como presidente a un ermitaño de conducta intachable, sino a un estadista al cual le quepa el país en la cabeza. Pero ell ingeniero no sólo no tiene la capacidad para gobernar a ese país,  también se le puede manejar según el criterio y agenda de quienes lo asesoran, como lo mostró en la entrevista en Miami. Petro no es un santo, pero tiene el talante para conducir este país.  Rodolfo no: es otro plutócrata al que le interesa seguir lucrándose de los hombrecillos pobres a los que ordeña por quince años. Así,  como lo ha dicho en sus entrevistas más distendidas. Y a ese hombre envejecido por el negocio de la construcción y colmado de resabios mercantilistas es a quien pretenden entregarle la chequera…


Por convicción o resignación, la mejor alternativa a seis días de la elección,  sin apasionamientos inútiles ni fanatismos ridículos,  es Petro. La prueba: está rodeado de gente pulcra y crítica como Katerine Juvinao, Ariel Avila, Alejandro Gaviria, solo por citar algunos. Me llena de confianza que Ariel lo acompañe: no le dará concesiones de ninguna índole si llega a pensar perpetuarse en el poder, como temen muchos. Desde luego que Roy y Bennedeti y otros han sido un lastre por el que se le ha criticado, pero como lo ha dicho en algunas entrevistas el líder del Pacto histórico,  hay que gobernar para todos y no sólo para unos cuantos. Acepto las críticas que se le hagan en este aspecto. Pero al ver la otra orilla - la del Ingeniero - all cual tienen que aislar para que no la embarre cuando habla, al cual ponen a posar de narco con cadenas de oro y mujeres a su lado… ese tipo de personas inspiran no sólo temor, también una profunda inquietud por lo que pueda ser capaz de hacer sin ningún tipo de censor ni dique moral.


En sus manos, en su voto, está el siguiente cuatrenio. O un país que progresa, pese a sus enquistadas diferencias sociales, o la patria boba del ingeniero que obedece a sus intestinos y asesores.


lunes, 6 de junio de 2022

CARTAS A UN INDECISO (7)

 #CrónicasDelReyLoco


En este país hay tres facciones políticas: los petristas, los uribistas y los neutrales, los que no están en ningún lado, los tibios. Dios aborrece a los tibios. Y estos últimos son los que van a decidir los siguientes cuatro años. Son, a la sazón, los idiotas útiles del establecimiento: pretendiendo votar en castigo a Petro (por los temores que juiciosamente los uribistas les han inculcado) le van a entregar el país a un tipo que no solamente es incapaz de gobernar, también es impredecible. Eso lo hace peligroso. Queriendo que las cosas sigan como están, le van a dar el poder a un anciano para el cual no hay paciencia de exponer argumentos o razones más o menos válidas. En un eventual gobierno del ingeniero, prevemos el caos. Incluso ponemos en duda que acabe su mandato porque las movilizaciones por venir lo depongan. A Duque lo salvó de ese escenario la pandemia: tuvimos que encerrarnos durante casi un año por el temor al contagio más que por la dirección del ejecutivo. El descontento generado por una conducción errática y negligente del poder volcó a los jóvenes a la calle y vimos, como nunca antes, el poder de la protesta: lograron matrícula cero en las universidades y hundir una disparatada reforma tributaria. 


Pero volvamos al tema del ingeniero. ¿Cómo sería un eventual gobierno de Rodolfo Hernández? Esta será la pregunta que inaugura esta serie de escritos. La tarea es tratar de imaginar el escenario más aproximado sobre un gobierno rodolfista. Un gobierno del ingeniero se parecerá más a la conducción díscola e indómita de un hombre senil en las ultimidades de su existencia con la responsabilidad de dirigir un país. ¿Se quejan de que Petro es arrogante y autoritario? No se preocupen: con Rodolfo ese será el pan de cada día. No sólo autoritario: además, profundamente irritante. ¿No votan por Petro porque tienen miedo de que los expropie? Tranquilos: con el ingeniero, las élites van a conservar sus privilegios feudales y la clase media sufrirá igual como lo ha hecho hasta ahora. Vendrá,  de nuevo, el periodo de la patria boba, donde los ricos aseguran su bienestar mientras los cinco.millones de tibios que eligieron al ingeniero seguirán pasando penurias. Y nosotros con ellos. Así lo quisieron, así lo tendrán. Vale la pena resaltar, en este escenario inverosímil, que las huestes uribistas están dispuestas a lo que sea, con tal de que las cosas sigan el curso normal que los gobiernos de derecha durante doscientos años de república han trazado para nuestro país. Y para ello usan el temor de los tibios. El miedo los gobierna. 


Y mientras tanto, el Rey Loco está en su trono medieval disfrutando del vino escanciado por el miedo y el calculo político. Recuerda sus promesas y se dibuja una sonrisa en su rostro de piedra: valió la pena la mentira y la calumnia para llegar a la Casa de Nariño. Y claro, las promesas: los llevará a conocer el mar a todos los que lo deseen. No le pregunten cómo ni cuándo; le incomodan las preguntas. Sobre todo si vienen de periodistas. 


Si no creen en Dios, entonces en el curso de estos artículos, les voy a mostrar al diablo.


martes, 17 de mayo de 2022

CARTAS A UN INDECISO (7)


El fantasma del populista.

Populismo. Palabra contrahecha por facciones de derecha para estigmatizar las propuestas que no les gustan. Y la extienden a partidos y contendores. Vocablo mágico y efectivo que de inmediato desvirtúa la credibilidad de quien es señalado como tal. Un juego de palabras que sólo interesa a quien se cree con la autoridad para esgrimirlo. Periodistas y políticos lo usan sin distingo pretendiendo legitimar su discurso, harto más desbaratado y ridículo, que sus mismas ideas.


Pero ¿qué entienden nuestros paisanos por populista? La respuesta es simultánea al señalamiento draconiano: lo aplican a las propuestas que para ellos son irrealizables y por ello mismo absurdas. Y es este punto el que me interesa tratar en el artículo de hoy. Las propuestas populistas: ¿para quién lo son? Toda esta logomaquia depende tanto del punto de vista del que se le mire como de la postura del observador. Será populista, por ejemplo, llevar agua potable a la Guajira porque no hay plata para eso. En parte, tienen razón: su cálculo mercantilista y neoliberal les impide hacer una inversión que no puedan retornar en dinero en el corto plazo. No es rentable, para ellos, saciar la sed de los lugareños de esa roca árida y sin vida si no la pueden cobrar como sus libros de contabilidad se los sugiere. En este orden, será mejor llevar ese dinero a tierras más promisorias, más citadinas. Nunca alguien lo señaló con más acierto que el finado senador Gerlein: hacer ese tipo de inversiones sociales es botar la plata, es perfumar un bollo. Así piensa nuestra clase política, para la cual esta patria no es más que un latifundio para engordar sus obscenas fortunas agrandadas con dineros públicos. Por eso, indigna que sea está ralea de cuello blanco la que nos enrostre, cada cuatro años, sus discursos conservadores y correctos desde su perspectiva de clase, sobre quién debe gobernar. Y para descalificar al otro se lo tacha de "populista". 


Ahí está su error: pretender aue, con su criterio, se eclipsa el nuestro, porque no tenemos ni los medios ni la cobertura que ellos tienen en radio y televisión.  Y, sobre todo, tratarnos como ignorantes al creer que estaremos de acuerdo siempre con sus prejuicios feudales. Mientras que para ellos será populista equilibrar la balanza, nosotros creemos que es posible hacerlo. El acento está en la voluntad del gobernante. Y es ahí donde entramos nosotros, los de abajo. Nosotros ponemos al que decide para dónde va el dinero de las inversiones sociales: para el bienestar público o para las arcas de los particulares. Por eso, para un gobernante que sirva a los intereses de los ricos, no será viable construir infraestructura en municipios deprimidos, mientras para alguien que no esté preocupado por agradarles sí lo será,  porque ese es el objetivo primario del Estado social de Derecho: garantizar el bienestar general.


Populista será el gobierno cuyo acento no esté en la agenda de los terratenientes, banqueros y acaudalados egoístas, sino en el pueblo puro y craso que pulula en los centros poblados, en los cascos rurales, en la gente en general. Y sus propuestas serán populistas porque no obedecen a sus intereses particulares ni acrecienta sus negocios. Populista será saciar el hambre del que no ha comido, porque esa plata no ofrece retorno, a menos que se la roben. Populista será llevar la universidad a las regiones apartadas, porque la construcción de edificios en la selva es demencial. Además,  insustancial. ¿A quién se le ocurre instruir a una caterva de animales zafios y sin entendimiento?... Así nos ven y así nos juzgan. Así  lo han hecho desde que somos república. Populista será,  en fin, toda propuesta que no les represente un provecho inmediato a ellos y menos que no les deje algún usufructo. Por eso nos llaman populistas: porque en un gobierno del Pacto sus billeteras se verán seriamente afectadas. Porque decidimos invertir en la gente en lugar de los negocios individuales. Porque decidimos que este país no es de unos pocos, como ha venido siendo, sino un país en el que debemos caber todos, como no ha sido hasta ahora. Nuestras propuestas serán populistas porque propendemos por un país viable y no por una factoría,  como hasta ahora ha sido tratada nuestra nación. Por eso, para gente como Darcy Quinn o Luis Carlos Velez, no puede haber otro país que no sea más que el patio trasero de sus fincas. Por eso nos llaman populistas.


sábado, 14 de mayo de 2022

Cartas a un indeciso 6

Cartas a un indeciso

La alternativa a Petro: los otros candidatos.


Nos hemos enfrascado (no sólo en esta serie de artículos, sino hace cuatro años, cuando la situación era similar a ésta) en cómo justificar un voto por Petro, que nos hemos olvidado de sus contrincantes. Nos hemos olvidado, debido a la circunstancia, que aquí la cuestión no es o Petro o contra Petro, sino Petro versus los otros aspirantes. Eso es lo que produce el miedo: que no podamos apreciar las cosas sino en blanco y negro. Y la coyuntura actual obliga a abrir el espectro: hay otras propuestas de país. 


Quiero detenerme en esa alternativa: hay otras propuestas de país. ¿Realmente las hay? Aparte del Pacto, no he escuchado nada distinto a los discursos de libreto y propuestas electoreras que se dicen desde las diversas campañas cada cuatrenio. Hay un video circulando por ahí donde contraponen las propuestas de Duque cuando fue aspirante a presidente con la del candidato del establecimiento de hoy. Las similitudes, más que abrumar, indignan. Uno se pregunta de dónde sacan los candidatos a sus asesores de campaña. En ésta, da pena ajena lo que ponen a hacer a sus jefes para ganar un punto en las encuestas. Las campañas actuales se centran más en el impacto y la viralidad que en el contenido de las propuestas. Campañas de marketing, por así decirlo. Y por ello pagan una millonada. Una vergüenza. Tienen que disimular su pobreza programática con saltimbanquis, cabecitas con el balón o tocando un instrumento. Esas son sus propuestas: que el circo continúe.  Por eso entiendo por qué Petro se mantiene arriba: lo suyo no es el espectáculo sino la contienda pura y cruda. Es el único que ha propuesto algo, así muchas veces esas propuestas cueste digerirlas, menos aceptarlas. Y sin embargo, a pesar de la resistencia que muchos sectores todavía  tienen sobre lo que representa, es el único que propone.


Los otros candidatos más o menos, con mayor o menor tiento, proponen lo mismo. Más de lo mismo. Quieren representar ese sector conservadurista de Colombia para el cual las cosas están bien como están y no hay que cambiar nada. Hay que hacer mejor las cosas, eso sí,  pero no cambiar nada. Sobre todo, son reacios a los discursos radicales. Mientras nada amenace su statu quo, las cosas deben seguir por el mismo cauce, sin importar el nombre que llegue a la casa de Nariño. De ahí que se diga "cualquier cosa, menos Petro".


Eso debería ser suficiente para votar por el Pacto. Las cosas no deben seguir siendo como hasta ahora han sido porque este sistema solo beneficia a un sector y, de lo que se trata, es de equilibrar la balanza. Y los otros candidatos, lejos de propender por este ideal, lo que desean es continuar con la quietud en la ciénaga. Con el silencio en el foso, con la parálisis de una nación anquilosada en su pasado feudal. Claro que es un deber votar por Petro. Un voto por el Pacto es reaccionario, según esta lectura de la realidad. 




lunes, 9 de mayo de 2022

CARTAS A UN INDECISO (5)

 cartas a un indeciso 5

el país que se recibe


Durante esta serie de cartas, he escrito desde el punto de vista del que llega, del que arriba, cual viajero, a una tierra de la que había oído, desde la perspectiva del que se dispone a ejercer la función pública. He intentado desglosar esa maraña de circunstancias que aquejan al que se apresta a conducir un país tan complejo y paradójico como nuestra nación, pero ¿y lo que encontramos?... He intentado hasta el hartazgo ser ecuánime y dirimir los conflictos previstos con la mayor objetividad posible, estableciendo que nuestra bandera siempre será la ecuanimidad. Me he despojado del fervor patriótico que encarna la oportunidad representada en el Pacto y sin ambages me he aventurado a vislumbrar un mejor país que comienza el 7 de Agosto con todos los riesgos y dilemas que esta decisión comporta, pero ¿y lo que se hereda? Ha sido tan vasto el panorama de posibilidades que contiene la visión del Pacto sobre el país que se quiere, que no he tenido la ocasión de detenerme por unos instantes en el pantanal en que se ha convertido nuestro país luego de la horrorosa gestión del gobierno saliente: estas líneas quieren acercarme a ese fracaso de país..


Durante poco más de veinte años hemos seguido la férula del uribismo. Lo digo con vergüenza: voté por las dos reelecciones de Uribe. Y durante esos aciagos años hemos presenciado lo peor de la condición humana. Tenemos 6.402 razones para dudar del gobierno saliente y poner en tela de juicio sus cifras. Tenemos razones de sobra para desconfiar de ellos y cambiar, dar el viraje hacia otra visión de país.  En el tiempo en que el uribismo se ha instalado en el ámbito nacional solo hemos presenciado la desigualdad, que los pobres cada día son más pobres y que las oportunidades de subvertir ese orden son mínimas, casi inexistentes. Y sobre todo, hemos visto con indignación cómo unos se aprovechan de otros y del erario público para aumentar obscenamente sus patrimonios. Los que votamos por Petro somos más que un momento de.la historia: somos la resultante de una conciencia lúcida que decidió decir, de una vez por todas, ya basta. Somos Legión: un poco más de cinco millones de partidarios quienes decidimos dar un golpe en la.mesa y apostar por el cambio


Respecto al país que encontramos, se vale decir que apenas hay algo que se pueda llamar país. Una nación saqueada, vilipendiada. Índices de pobreza desbordados, indicadores sociales desquiciados, inhumanos. Y nos iban a salvar de convertirnos en Venezuela… ese es el país que encontramos: al borde del abismo. Un país que se desmorona entre los temores de los siervos y la codicia de quienes se resisten por todos los medios posibles a dejar los beneficios esquilmados por largos años. Encontramos una nación fracturada, una olla podrida, una caterva de oportunistas que se reparten el poder como si fueran dependencias de una empresa. Encontramos un país cooptado por mafias y criminales. En este sentido, el discurso de Petro es invaluable. Ese discurso es quien finalmente lo perfila como mandatario. Y es ese país deplorable y menesteroso que el Pacto tendrá que reconstruir, hacer viable. No refundar una patria, como quieren hacerlo ver los sedicentes patrocinadores del establecimiento, sino convivir unos y otros en este pedazo de tierra llamado Colombia. Ese es el país que encontramos: un paciente en cuidados intensivos. 


jueves, 5 de mayo de 2022

CARTAS A UN INDECISO 4

                      Cartas a un indeciso

Cuando seamos gobierno 

Cuando seamos gobierno, los que hoy son gobierno serán oposición. Con todo lo que ello acarrea. Tendrán el beneficio indiscutible de la verdad cuando arrecien con sus críticas sobre la construcción de país que pretende el pacto. En eso no hay reparos, menos reclamos: es una condición apenas natural. El que gobierna corre el riesgo de ser criticado, tanto por lo que hace como por lo que deja de hacer. La cuestión está en la razón que tengan quienes ejercen el legítimo y constitucional derecho de la libre expresión: eso es lo puntual y lo que hay que tener en cuenta. Los que votamos por Petro y ejercemos una labor opinadora nos convertimos, por eso mismo, en defensores de oficio y sin sueldo del gobierno en ejercicio. Pero que se entienda, desde ya, esto: no le damos al Pacto un cheque en blanco para que haga lo que se le antoje y tengamos que salir a recoger la boñiga de sus resultados. Si hay lugar a críticas,  incluso de nuestra parte, tendremos la honestidad de conciencia en ser los primeros en poner el dedo en la llaga. Es lo responsable y lo correcto. Lo repito: el gobierno saliente pasará a ser oposición y, con ello, a examinar con lupa el actuar del gobierno de turno. Como siempre ha sido.


Una de las virtudes de la oposición es decir las cosas desde la barrera, desde el público,  y pontificar. Pero no debemos perder nuestro propósito de país incluyente: hay que equilibrar la balanza. Y en la dinámica de este propósito, a cada avance cada objeción. La oposición será feroz y desde el primer día, sea lo que haga el Pacto, el muro de lamentos estará disponible para el país diciendo "se los dije". No hay que caer en esas sutilezas retóricas. Como dije,  los que hoy opinamos a favor del Pacto nos convertiremos, a partir del 7 de Agosto, en defensores sin sueldo de un proyecto de país que elegimos en las urnas y propugnamos desde nuestras columnas de opinión, pero eso no le da al gobierno una patente de corzo para dirigir a su antojo. Nosotros simpatizamos con un proyecto, pero si debrmos hacer objeciones, las haremos. 


Cuando seamos gobierno también seremos la esperanza de los que desean un cambio. Y lo correcto es corresponder a esa voluntad no con obediencia ciega y fanatismo a un líder, sino con pensamiento crítico y constructivo, como lo venimos pidiendo desde hace cuatro años.

martes, 26 de abril de 2022

CARTAS A UN INDECISO (3)


El día después de la posesión 

Estoy seguro que el 8 de Agosto, cuando se haya proclamado al nuevo presidente y ese dignatario resulte ser Petro, no nos vamos a levantar siendo la nueva Suiza latinoamericana. El día siguiente a la posesión la mayoría de nosotros tendrá que levantarse a lidiar como mejor pueda con su situación particular, con todos sus problemas cotidianos y todas sus incomodidades. El 8 de Agosto, en el primer día del gobierno de Petro, Colombia no va a ser un mejor lugar para vivir: no va a salir un arcoiris saludando al nuevo gobernante, los pájaros no van a trinar de alegría primigenia ante la tierra recién descubierta y los cielos no se van a incendiar de alegría. No, no va a suceder nada de eso: nuestra realidad bizarra y paradójica se va a instalar en las ventanas como siempre lo ha hecho y en ese gesto no habrá nada meritorio ni digno de recordar. 


Sin embargo, sí habrá algo distinto: el viento. Habrá una corriente cálida y esperanzadora. La cristalización de un deseo inacallable de cambio. Incontrastable. El día después de la posesión es cuando comienzan los retos, cuando inicia el camino de cardos por el que se construye una nación. Porque los retos no son sencillos, menos fáciles. Se trata de hacer viable al país más desigual del mundo. Y eso no se logra en un día; menos en un cuatrenio. Ese, y no otra cosa, es el desafío más grande del gobierno de Petro.


Gobierno que, desde sus inicios, va a contar con una férrea y enconada oposición: se trata de defender los intereses de quienes por siglos han recabado del Estado su patrimonio. De forma lícita o no, eso no viene al caso: la cuestión es la contienda que se vendrá. Los que hoy gobiernan pasarán a ser oposición. La vida cómoda de la oposición: tener siempre la razón. y los que hoy son oposición,  gobernarán. La tarea ingrata y desabrida de intentar dirigir un país por.mejores senderos y encontrar,  a cada paso, el insulto y el escupitajo: esos son los riesgos que corre quien se arriesga a efectuar un cambio profundo y significativo en la vida de muchos. Pero la suerte está echada: hay que continuar por el camino que se ha buscado y asumir con todas las consecuencias el fruto de una elección.  


Los que mañana seremos gobierno tenemos eso muy claro. 

 

viernes, 22 de abril de 2022

CARTAS A UN INDECISO (2)

                                    Carta 2

Sobre la dificultad de tomar postura.

Tomar postura es, ante todo, estar de un lado o de otro de la historia: de los oprimidos o de los opresores. Y esta actitud implica simpatizar con unos y ganarse odios enconados con otros. Esa fue la razón por la cual tardé tanto en iniciar esta serie de artículos. No es fácil hacerse de un lado de la contienda y asumir las posibles consecuencias que esta actitud atraiga, sobre todo en un país como el nuestro.


 Pero es indispensable —y, más que nada, honesto— en las condiciones actuales, donde nos jugamos una carta muy importante en la construcción como país viable. Los siguientes cuatro años no son solamente un turno presidencial: es una oportunidad irrepetible para repensar nuestra historia y tomar una vía u otra, con los efectos que esta elección traiga. Estamos no ante dos visiones de país, sino ante dos alternativas: eso lo saben quienes han detentado el poder durante 200 años. Estamos ante la posibilidad de mejorar nuestras condiciones de vida o seguir por las mismas que el establecimiento se ha empeñado en mantener, siempre a su favor. Tan solo este argumento le debería bastar al indeciso para votar por Petro.


El que no tiene nada no es porque no quiera tener nada (como los fanáticos de la derecha se esfuerzan en comunicar a los que tienen su fe puesta en el centro ilusorio de la desesperanza) sino porque no tienen las condiciones materiales para conseguir el bienestar que el Estado les debe garantizar. El discurso del perezoso y el esforzado, en este orden de ideas, está de más: el colombiano tiene cultura de trabajo. La clase media, tan golpeada, vapuleada y humillada por los señores, lo sabe. El que quiera obtener algo, que trabaje para ello. Pero las condiciones de ese trabajo deben ser dignas: ahí radica la discusión que nos tiene enfrentados entre una alternativa de país y otra. Y el Pacto nos ofrece garantizar esas condiciones. No que haya una cultura de pereza y que esperemos un dinero mensual del gobierno sin hacer nada, sino que tengamos derecho a una pensión digna y en justas proporciones, que el sueldo nos alcance para sufragar los gastos mínimos de manutención de la familia, entre otras tantas cosas…


Y es en este punto donde no se admiten matices, menos tibiezas. Solo hay dos vías. No hay una tercera, no hay un término medio. Desde luego, los argumentos falaces de los opresores nos hacen creer que hay orden o caos, pero no es así: lo que hay es una oportunidad de reconquistar nuestra dignidad como seres humanos o de continuar con el actual estado de cosas. Lo hablo en términos de humanidad: el Estado de Derecho es garante de que todos, sin distingo alguno, debamos gozar de las mismas oportunidades de ascenso social y de bienestar comunitario. Y eso, a grandes rasgos, es lo que ofrece Petro, quien no tiene nada que perder al darle al menesteroso lo que constitucionalmente le pertenece. No que le quite al rico para darle al pobre, como quieren hacerlo ver los sedicentes fanáticos de la derecha, sino de mejorar las condiciones actuales del que está por debajo de la línea de la miseria. Y, en este punto, no hay término medio.


Tomar postura es escribir esta serie de cartas y que mañana todo salga al revés: ese es el riesgo. Tomar postura es que estas cartas me sean enrostradas mañana y que estas declaraciones me persigan como la marca de caín. Lo sé, pero estoy dispuesto a pagar ese precio. Acepto el riesgo de votar por Petro porque estoy convencido de que no podemos estar peor de lo que estamos hoy. Esta es mi postura: ojalá también sea la suya.

lunes, 18 de abril de 2022

 CARTAS A UN INDECISO

Carta 1: La república bananera.


57 familias administran (no gobiernan, administran) a Colombia y se dividen el territorio en grandes latifundios bien delimitados. Y, para gobernar estas parcelas, recurren a la ignorancia y al miedo para mantener bajo control sus feudos. Así se gobierna una república bananera. Así ha sido desde hace doscientos años. Y así seguirá siendo por otros tantos más si desaprovechamos esta oportunidad irrepetible de cambiar los términos de su señorío. Como es natural, no quieren perder los derechos que han adquirido por siglos de dominio y se resisten a entregar el poder. Pero es nuestro momento histórico para dar un manotazo a la mesa y reafirmarnos en nuestro derecho a la vida y a la dignidad.


Nuestra república bananera ofrece esos contrastes difamantes: el país más desigual del mundo y, paradójicamente, el más feliz. Somos una triste contradicción. Pero volvamos a nuestros gobernantes: manejan a la nación como si fuera su finca y dirigen nuestros destinos como si fuéramos sus peones. Y lo peor de todo es que nos venden la idea ridícula de agradecerles por su buena voluntad al despojarnos de dignidad. Una voluntad de señores y siervos es lo que se ha construido a lo largo de nuestra historia y sólo hasta ahora se nos da la ocasión de, por cuatro años, invertir los términos de la servidumbre. 

Uno espera que eso —el carácter de señor feudal frente a la actitud obediente del siervo— sea suficiente para arrastrarlos a las urnas y cambiar las cosas, pero vemos un clima de temor y desconfianza frente al cambio, muy bien orquestado por los señores desde sus escritorios. La moral de servidumbre es difícil de quitar en quien por años no ha conocido más que la mano de quien le ordena. Por eso le hablo a espíritus con vocación de libertad. Lo repito: tenemos, como hace cuatro años, la oportunidad de autodeterminarnos y equilibrar la balanza. No de incendiar el orden de las cosas, no de una revolución a sangre y fuego, como quieren hacerlo ver algunos sedicentes columnistas fanáticos de la derecha, sino de paliar un poco esa enfermedad crónica e inhumana que es la desigualdad.


Y Petro representa esa ocasión histórica: la de recordar que unos y otros somos iguales a pesar de las diferencias económicas. El temor del señor es ceder ante las pretensiones justas del que ve como siervo. Porque para ellos —los que se han adueñado de las oportunidades de una vida digna que nos ofrece el Estado de Derecho— tal reclamo no está bien. Y un voto, como hace cuatro años, nos ofrece esa posibilidad. Un voto por Petro es esa reafirmación de derechos, ese reclamo que puede materializarse en las justas proporciones que nos ofrece la cultura democrática.


Por eso le pedimos a los indecisos su voto: para ganar en la primera vuelta y comenzar en la construcción de una dignidad arrebatada.