domingo, 10 de julio de 2022

Bitácora de una Colombia que renace (3)

 Un riesgo calculado: los que abandonarán el barco.

Como en cualquier organización, hay quienes acompañan porque se sienten identificados con los principios que ésta propugna y quienes lo hacen por conveniencia. Eso lo sabemos de sobra. Y en la dinámica de un gobierno, a medida que va ejecutando las tareas por las cuales fue elegido,  es inevitable la fractura entre quienes estuvieron desde el principio y quienes se van adhiriendo atendiendo más a sus apetitos que a valores o ideas. Es una fricción molesta, es cierto, pero necesaria en la madurez del proyecto. Hablo de los petristas que se sentirán engañados con el gobierno del Pacto y se apartarán al estar en desacuerdo. 

Intentaron encasillar a Gustavo Bolívar en esa tramoya, sin conseguirlo. El primero de los petristas lo declaró en su columna: su apoyo es irrestricto porque conoce a la persona que es Gustavo Petro. Pero habrá quienes se sientan traicionados cuando el gobierno al que apoyaron no haga lo que ellos desean que hiciera. Y es natural que esto pase. Como lo escribí en otra columna, apoyo al Pacto en tanto avance en las transformaciones sociales que se comprometió a hacer. Si el Pacto logra equilibrar la balanza social, me doy por bien servido. Eso, tan solo eso, es un logro histórico. Pero habrá partidarios más radicales para quienes el Pacto no será lo que eligieron.  Es a ellos a quienes me dirijo. El gobierno aún no se ha posesionado, y ya ciertos sedicentes periodistas intentan hacer una debacle de los más nimios pronunciamientos. Su tarea será desinformar y fabricar una opinión reacia al gobierno de turno. Es su función. Pero entre quienes votamos por Petro, desde hace cuatro años, no debe ser así. No debería ser así. Nuestra función debiera ser acompañar al gobierno y fungir como vigías de sus propuestas y actuaciones, sin caer en la tentación hipócrita y oportunista de la crítica sin argumentos. Lo vivimos en campaña: tuvimos que tragarnos ciertos sapos y lagartos sin que nuestra determinación variara. Y un gobierno en ejercicio es proclive a ser vilipendiado porque sus reformas afectan ciertos intereses.


El gobierno, a la fecha y hora de hoy, no inicia. Pero sus pronunciamientos ya comienzan a conmover las bases del establecimiento feudal. Como lo dijo Petro en la entrevista concedida a la revista Cambió, si se radicaliza y se dedica a gobernar para la izquierda más recalcitrante, se aísla y lo tumban. Por eso sus nombramientos ministeriales tuvieron el mensaje moderado que requerimos en este momento. No llegó al poder para arrasar con todo y ya: quienes piensan así, deberían mirar mejor y tratar de razonar. Lo que se quiere de un gobierno progresista es que haga una labor catártica sobre las instituciones y las lleve a cumplir su función social. Que el Estado sea garante del bienestar general y construya las condiciones por las cuales toda persona pueda tener acceso a medios y herramientas que le permita desarrollarse como ser humano. Y eso, mi querido amigo, no es comunismo. O, por lo menos, no el que nos quieren vender ciertas facciones fanáticas e irascible de la Derecha. Ese es el propósito del Estado en cuanto a Estado so ial de Derecho. Por eso la proclama del presidente Petro ha sido el desarrollar el capitalismo, porque Colombia no es un Estado capitalista: se acerca más a una sociedad medieval y sus debates sobre tierras y parcelas. Si esto se materializa.en Colombia, me doy por bien servido y habrá valido la pena esta tarea sin beneficios ni paga, aunque sí profundamente satisfactoria.

Habrá quienes se retirarán decepcionados del Pacto porque no es fácil gobernar para todos, para un país con desigualdades tan marcadas y profundas. Desde ahora les digo que los entiendo. Que los entenderemos en el futuro, porque una cosa fue estar en la oposición y otra, radicalmente distinta, gobernar. Y eso ya lo vivió Petro durante la Bogotá humana. En esos tres años, vimos cómo un hombre se enfrentó al alto gobierno para materializar su ideal político. Hubo quienes se apartaron, claro, pero dejó su huella en la capital, razón por la cual Bogotá es marcadamente petrista. 



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