miércoles, 11 de diciembre de 2019
martes, 10 de diciembre de 2019
viernes, 29 de noviembre de 2019
jueves, 19 de septiembre de 2019
De gobernantes y deportistas
De cunas nobles
nacen los gobernantes; de cunas pobres, los deportistas. Alguna excepción
fortuita, lejos de negar esta verdad, la reafirma. En este país o en
cualquiera, en esta época o en el pasado. Es así y seguirá siéndolo, a nuestro
pesar. Aunque pretendamos negarlo y nos resistamos a aceptarlo, este estado de
cosas se mantendrá.
Alguien dijo que
los pueblos se merecen sus gobernantes, que son la expresión más auténtica de
lo que somos como nación. Pero lejos de abandonarnos a este pesimismo, podemos
mirar la otra orilla de estas facciones contrapuestas: las cunas pobres.
Pobres, en el sentido de carecer de dinero. Solamente en ese aspecto. Por ende,
sería mejor precisar mi punto: las cunas humildes. El desposeído, el trabajador
de todos los días que se renuncia a una labor autómata por ocho horas laborales
para asegurar su pan. Y es, en esta coyuntura, donde nos fijamos para
contemplar con ojos atentos a nuestros más queridos ejemplos: los deportistas.
De cunas humildes se levantan y después de sacrificios y renuncias logran su
galardón. Lo admirable de ellos es su capacidad para creer que, a pesar de su
circunstancia adversa, pueden ganar en contra de los pronósticos. Me interesa,
en este artículo, esa actitud desprendida que les dicta que deben sacrificar su
juventud para lograr una hazaña. Porque los deportistas de nuestro país no
tienen margen de error: o lo logran o fallan para siempre. No hablo de apoyo
estatal o de mecenazgos: muchos deben practicar su deporte y llevar el pan a la
mesa. Quienes no tienen nada, tampoco tienen nada que perder: por eso pueden
dedicarse en cuerpo y alma a aquello que puede cambiar su destino y hacerlos
merecedores del reino de los hombres. La obsesión del deportista es la hazaña:
lo repito. Si tienen una oportunidad de lograr aquello que puede cambiar su
vida y la de su familia, y esa oportunidad depende de su talento, entonces
podemos estar seguros de que lo darán todo para aprovechar su momento. Esos son
nuestros deportistas. Por eso son admirables.
Lejos del
nacionalismo ramplón que pretenden vendernos cada vez que los deportistas
logran hazañas, nuestra identidad como nación debiera cifrarse en la capacidad
de sacrificio y renuncia que exhiben en aras de un Ideal deportivo. Les debemos
no los aplausos ni las loas de las plazas públicas, sino su testimonio de lucha
para conquistar esas preseas. Debemos seguirlos no detrás del carro de
bomberos, sino desandar sus pasos para constatar la titánica tarea que deben
llevar a cabo día tras día para conseguir lo que se han propuesto y aprender de
esa actitud. Ese es el homenaje que les debemos: lo otro es apenas alharaca de
gobernantes y lagartos en época electoral. Oportunistas con una calculada
agenda política. Y en tanto admiramos a los deportistas colombianos, en la
misma medida despreciamos a nuestros gobernantes: su incapacidad para concebir
un Ideal los hace funcionarios del Estado. Se creen predestinados a ello. Y en
cierta forma lo están. Por eso no cabe esperar nada de ellos: son originalmente
discapacitados del espíritu. Su estómago gobierna su conciencia: entretanto éste
se halle satisfecho, harán su trabajo más o menos irreprochable. Pero cuando su
ego enfermizo los obligue a robar, no tendrán escrúpulo alguno para cometer sus
crímenes de cuello blanco. La corrupción en sus justas proporciones: exactores
del aparato estatal en la medida que lo determine su comodidad. Esa es la
política, aquí y en cualquier país. Es más raro un político que merezca nuestro
respeto que el deportista que reniegue de su oficio.
lunes, 2 de septiembre de 2019
Margarita Rosa en la UNAD
Su columna
respira honestidad. Sin pretensiones. Una mujer que ha alcanzado el éxito está
más allá de las críticas. Y tiene el aplomo suficiente para reconocer que tomó
la cátedra de Filosofía en la Universidad Nacional Abierta y a Distancia porque
quiere permanecer como alumna. En otra columna anterior refiere que asistió al
taller de Escritura Creativa que dirige Carolina Sanín porque puede “aprender a
traducir nuestra vulnerabilidad de forma clara y precisa”. Filosofía y
Literatura. Filosofía y Creación literaria. Dos padecimientos que nos hermanan.
Hay personas que se deciden por la Filosofía porque desean estudiar una carrera
alternativa y no tanto porque ésta pueda reportarle beneficios económicos.
Puede ser su caso. En el mío, tanto la Filosofía como la Literatura es el punto
de partida. Cuando la columna de Margarita Rosa se viralizó en las redes, la
página de la universidad nos animó a escribir el por qué de nuestra elección.
En lo que resta de este artículo, intentaré responder a la pregunta.
Margarita Rosa
llega a la Filosofía y a la Literatura después de haberlo ganado todo en su
profesión actoral. No me refiero a premios o galardones, sino a los personajes
que ha interpretado. Inmortalizar a la Gaviota, por ejemplo, es más preciado
que haber ganado una estatuilla, aunque basta ojear wikipedia para chequear sus
muchos reconocimientos. Como decía, ha llegado a la Filosofía y a las Letras.
Esto marca un punto de referencia: se trata de epilogar una vida exitosa y
hacer el inventario personal de sus alegrías y desavenencias. Es por eso que se
dice que la Filosofía presta un auxilio a la vida similar a la religión. La
religión del desconcierto. Pero reducir a la Filosofía como paliativo equivale
a minusvalorarla: es apenas arañar la epidermis del problema. A diferencia de
Margarita Rosa, la Filosofía para mí no es un puerto de llegada, sino un punto
de partida. Y aún más: un destino. Destino al que afanosamente me debo, del
cual he hecho depender mi vida. Y la Literatura es el registro de esa búsqueda
personal. Búsqueda que me perdió por las regiones del arte. Como el fantasma de
la Opera, me devano componiendo obras que acaso no vean la luz, pero por las
cuales juzgo mi vida como venturosa. Llevo muchos años escribiendo a la sombra
y otros más estudiando a distancia matriculando las materias que puedo pagar. Y
a mis treinta y siete años, sin hijos y con varios fracasos encima, juzgo que
mi vida ha sido feliz. Y esa clarividencia no vino de la Filosofía: fue por
ella, precisamente, que llegué a su templo.
Entonces, ¿por
qué elegí estudiar Filosofía? La respuesta es consecuente: porque juzgo que
aquello que merece la suma de nuestros esfuerzos y anhelos no está en la
realidad circunstancial que nos tocó en la vida, sino en lo que está tras ella,
tras el velo del templo, donde se revela el rostro del dios. Y la Filosofía y
la Literatura son los instrumentos que tenemos a la mano para lidiar con ese
misterio. La embarcación y la vela que tenemos para navegar por ese océano que
es el Infinito.
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