Su columna
respira honestidad. Sin pretensiones. Una mujer que ha alcanzado el éxito está
más allá de las críticas. Y tiene el aplomo suficiente para reconocer que tomó
la cátedra de Filosofía en la Universidad Nacional Abierta y a Distancia porque
quiere permanecer como alumna. En otra columna anterior refiere que asistió al
taller de Escritura Creativa que dirige Carolina Sanín porque puede “aprender a
traducir nuestra vulnerabilidad de forma clara y precisa”. Filosofía y
Literatura. Filosofía y Creación literaria. Dos padecimientos que nos hermanan.
Hay personas que se deciden por la Filosofía porque desean estudiar una carrera
alternativa y no tanto porque ésta pueda reportarle beneficios económicos.
Puede ser su caso. En el mío, tanto la Filosofía como la Literatura es el punto
de partida. Cuando la columna de Margarita Rosa se viralizó en las redes, la
página de la universidad nos animó a escribir el por qué de nuestra elección.
En lo que resta de este artículo, intentaré responder a la pregunta.
Margarita Rosa
llega a la Filosofía y a la Literatura después de haberlo ganado todo en su
profesión actoral. No me refiero a premios o galardones, sino a los personajes
que ha interpretado. Inmortalizar a la Gaviota, por ejemplo, es más preciado
que haber ganado una estatuilla, aunque basta ojear wikipedia para chequear sus
muchos reconocimientos. Como decía, ha llegado a la Filosofía y a las Letras.
Esto marca un punto de referencia: se trata de epilogar una vida exitosa y
hacer el inventario personal de sus alegrías y desavenencias. Es por eso que se
dice que la Filosofía presta un auxilio a la vida similar a la religión. La
religión del desconcierto. Pero reducir a la Filosofía como paliativo equivale
a minusvalorarla: es apenas arañar la epidermis del problema. A diferencia de
Margarita Rosa, la Filosofía para mí no es un puerto de llegada, sino un punto
de partida. Y aún más: un destino. Destino al que afanosamente me debo, del
cual he hecho depender mi vida. Y la Literatura es el registro de esa búsqueda
personal. Búsqueda que me perdió por las regiones del arte. Como el fantasma de
la Opera, me devano componiendo obras que acaso no vean la luz, pero por las
cuales juzgo mi vida como venturosa. Llevo muchos años escribiendo a la sombra
y otros más estudiando a distancia matriculando las materias que puedo pagar. Y
a mis treinta y siete años, sin hijos y con varios fracasos encima, juzgo que
mi vida ha sido feliz. Y esa clarividencia no vino de la Filosofía: fue por
ella, precisamente, que llegué a su templo.
Entonces, ¿por
qué elegí estudiar Filosofía? La respuesta es consecuente: porque juzgo que
aquello que merece la suma de nuestros esfuerzos y anhelos no está en la
realidad circunstancial que nos tocó en la vida, sino en lo que está tras ella,
tras el velo del templo, donde se revela el rostro del dios. Y la Filosofía y
la Literatura son los instrumentos que tenemos a la mano para lidiar con ese
misterio. La embarcación y la vela que tenemos para navegar por ese océano que
es el Infinito.
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