lunes, 18 de abril de 2022

 CARTAS A UN INDECISO

Carta 1: La república bananera.


57 familias administran (no gobiernan, administran) a Colombia y se dividen el territorio en grandes latifundios bien delimitados. Y, para gobernar estas parcelas, recurren a la ignorancia y al miedo para mantener bajo control sus feudos. Así se gobierna una república bananera. Así ha sido desde hace doscientos años. Y así seguirá siendo por otros tantos más si desaprovechamos esta oportunidad irrepetible de cambiar los términos de su señorío. Como es natural, no quieren perder los derechos que han adquirido por siglos de dominio y se resisten a entregar el poder. Pero es nuestro momento histórico para dar un manotazo a la mesa y reafirmarnos en nuestro derecho a la vida y a la dignidad.


Nuestra república bananera ofrece esos contrastes difamantes: el país más desigual del mundo y, paradójicamente, el más feliz. Somos una triste contradicción. Pero volvamos a nuestros gobernantes: manejan a la nación como si fuera su finca y dirigen nuestros destinos como si fuéramos sus peones. Y lo peor de todo es que nos venden la idea ridícula de agradecerles por su buena voluntad al despojarnos de dignidad. Una voluntad de señores y siervos es lo que se ha construido a lo largo de nuestra historia y sólo hasta ahora se nos da la ocasión de, por cuatro años, invertir los términos de la servidumbre. 

Uno espera que eso —el carácter de señor feudal frente a la actitud obediente del siervo— sea suficiente para arrastrarlos a las urnas y cambiar las cosas, pero vemos un clima de temor y desconfianza frente al cambio, muy bien orquestado por los señores desde sus escritorios. La moral de servidumbre es difícil de quitar en quien por años no ha conocido más que la mano de quien le ordena. Por eso le hablo a espíritus con vocación de libertad. Lo repito: tenemos, como hace cuatro años, la oportunidad de autodeterminarnos y equilibrar la balanza. No de incendiar el orden de las cosas, no de una revolución a sangre y fuego, como quieren hacerlo ver algunos sedicentes columnistas fanáticos de la derecha, sino de paliar un poco esa enfermedad crónica e inhumana que es la desigualdad.


Y Petro representa esa ocasión histórica: la de recordar que unos y otros somos iguales a pesar de las diferencias económicas. El temor del señor es ceder ante las pretensiones justas del que ve como siervo. Porque para ellos —los que se han adueñado de las oportunidades de una vida digna que nos ofrece el Estado de Derecho— tal reclamo no está bien. Y un voto, como hace cuatro años, nos ofrece esa posibilidad. Un voto por Petro es esa reafirmación de derechos, ese reclamo que puede materializarse en las justas proporciones que nos ofrece la cultura democrática.


Por eso le pedimos a los indecisos su voto: para ganar en la primera vuelta y comenzar en la construcción de una dignidad arrebatada.


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