Carta 2
Sobre la dificultad de tomar postura.
Tomar postura es, ante todo, estar de un lado o de otro de la historia: de los oprimidos o de los opresores. Y esta actitud implica simpatizar con unos y ganarse odios enconados con otros. Esa fue la razón por la cual tardé tanto en iniciar esta serie de artículos. No es fácil hacerse de un lado de la contienda y asumir las posibles consecuencias que esta actitud atraiga, sobre todo en un país como el nuestro.
Pero es indispensable —y, más que nada, honesto— en las condiciones actuales, donde nos jugamos una carta muy importante en la construcción como país viable. Los siguientes cuatro años no son solamente un turno presidencial: es una oportunidad irrepetible para repensar nuestra historia y tomar una vía u otra, con los efectos que esta elección traiga. Estamos no ante dos visiones de país, sino ante dos alternativas: eso lo saben quienes han detentado el poder durante 200 años. Estamos ante la posibilidad de mejorar nuestras condiciones de vida o seguir por las mismas que el establecimiento se ha empeñado en mantener, siempre a su favor. Tan solo este argumento le debería bastar al indeciso para votar por Petro.
El que no tiene nada no es porque no quiera tener nada (como los fanáticos de la derecha se esfuerzan en comunicar a los que tienen su fe puesta en el centro ilusorio de la desesperanza) sino porque no tienen las condiciones materiales para conseguir el bienestar que el Estado les debe garantizar. El discurso del perezoso y el esforzado, en este orden de ideas, está de más: el colombiano tiene cultura de trabajo. La clase media, tan golpeada, vapuleada y humillada por los señores, lo sabe. El que quiera obtener algo, que trabaje para ello. Pero las condiciones de ese trabajo deben ser dignas: ahí radica la discusión que nos tiene enfrentados entre una alternativa de país y otra. Y el Pacto nos ofrece garantizar esas condiciones. No que haya una cultura de pereza y que esperemos un dinero mensual del gobierno sin hacer nada, sino que tengamos derecho a una pensión digna y en justas proporciones, que el sueldo nos alcance para sufragar los gastos mínimos de manutención de la familia, entre otras tantas cosas…
Y es en este punto donde no se admiten matices, menos tibiezas. Solo hay dos vías. No hay una tercera, no hay un término medio. Desde luego, los argumentos falaces de los opresores nos hacen creer que hay orden o caos, pero no es así: lo que hay es una oportunidad de reconquistar nuestra dignidad como seres humanos o de continuar con el actual estado de cosas. Lo hablo en términos de humanidad: el Estado de Derecho es garante de que todos, sin distingo alguno, debamos gozar de las mismas oportunidades de ascenso social y de bienestar comunitario. Y eso, a grandes rasgos, es lo que ofrece Petro, quien no tiene nada que perder al darle al menesteroso lo que constitucionalmente le pertenece. No que le quite al rico para darle al pobre, como quieren hacerlo ver los sedicentes fanáticos de la derecha, sino de mejorar las condiciones actuales del que está por debajo de la línea de la miseria. Y, en este punto, no hay término medio.
Tomar postura es escribir esta serie de cartas y que mañana todo salga al revés: ese es el riesgo. Tomar postura es que estas cartas me sean enrostradas mañana y que estas declaraciones me persigan como la marca de caín. Lo sé, pero estoy dispuesto a pagar ese precio. Acepto el riesgo de votar por Petro porque estoy convencido de que no podemos estar peor de lo que estamos hoy. Esta es mi postura: ojalá también sea la suya.
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