martes, 9 de agosto de 2022

Bitácora de una Colombia que renace (5)

 Las viejas estructuras y los nuevos fundamentos.


“... unas reformas que no implican destruirlo todo, sino construir sobre lo construido, pero en algunos casos, demoler para reconstruir nuevos cimientos sociales…” esta frase, esbozada del discurso de Roy Barreras en la posesión presidencial hace unos días, define certeramente lo que será el gobierno progresista de Gustavo Petro en el cuatrenio del Pacto. La frase también conjuró, de una vez por todas, los temores infundados que aún puedan incubarse en la conciencia colectiva: no se pretende refundar la patria, como alegan los opositores. Se trata de replantearse las instituciones de nuestra sociedad y redefinirlas en el nuevo contexto político. Los fantasmas del socialismo del siglo XXI se desvanecen a medida que se concretice las reformas que se llevarán a cabo para poner en marcha la idea de país por la cual votamos en las pasadas elecciones. El reto no es sencillo, así como gobernar no es una tarea fácil. Se trata, ante todo, de buscar consensos y dirimir disputas para llegar a acuerdos. Eso es democracia, a grandes rasgos. 


Construir sobre lo construído. Levantar el andamiaje sobre fundamentos ajenos. Lo encomiable es encontrar basamentos sólidos para que la obra a ejecutar pueda resistir los embates eventuales. Esa premisa tranquiliza. El nuevo gobierno no viene a arrasar con nuestra seguridad jurídica ni va a improvisar un gobierno vaporoso. Por eso Petro es un estadista. Nuestro país no puede caer en la tentación de arrancar de nuevo cada cuatro años guiado a los caprichos sucedáneos del gobernante de turno. Por eso hay que echar mano de lo que dejó la anterior administración para continuar la obra propia. En este sentido, se entiende que Colombia no es lo que un mandatario quiere que sea, sino lo que ha venido siendo por doscientos años de historia republicana y, en este sentido, es un producto histórico. Disculpen si estas líneas se plagan de lugares comunes y frondas retóricas: en ocasiones es saludable revisar los anaqueles de la memoria y hacer un inventario minucioso para parir una idea que pueda sostenerse para uno mismo, aunque no para el resto del mundo. Y esa honestidad intelectual me obliga a escribir distendido y recorrer lo que he sido para ver el porvenir sin apasionamientos. Ese examen es necesario en cada uno de nosotros para pararnos frente a lo que se nos viene como patria. Y vuelvo sobre la frase que origina este artículo: construir sobre lo construído. Es una obviedad que me tengo que replantear para extraer de ella las consecuencias posibles. En el ejercicio político, es redundar. Lo interesante es cuando viene acompañada con su condicionante, el cual prende las alarmas. Y es ese condicionante lo que nos llevó a las urnas y elegir el gobierno de Petro. Estamos acostumbrados a que desde las esferas gubernamentales nos digan que las cosas, así como están, están bien. Y lo hemos creído por luengos años, hasta el momento en que nuestra conciencia social fue sacudida por las injusticias y las masacres. Entonces advertimos que las cosas, como estaban, no estaban necesariamente bien. Por lo menos, no para nosotros, los de abajo. La desigualdad en Colombia tiene un origen: el gobierno de unos cuantos, que aseguraron su bienestar a costa del bienestar general y armaron el andamiaje gubernamental para que esa estructura se conservara por generaciones. Y a ese orden lo llamaron Establecimiento. Y por años estuvimos de acuerdo con ese sistema. Hasta que la verdad nos abrió los ojos. Construir sobre lo construído, desde esta óptica, pretende hacer las nuevas obras sobre los viejos cimientos, es cierto, pero el enfoque cambia: ya no será para unos cuantos, sino para todos. Equilibrar la balanza social, como lo he venido escribiendo en el transcurso de estos artículos. Que el acento no esté en la satisfacción de unos cuantos burócratas, hijos de quienes construyeron el establecimiento, sino en el pueblo, que es el primer elector y el principal sujeto de la política. Pero —y ese es el quid del artículo— cuando esas viejas estructuras sean insuficientes para resistir la obra que sobre ellas se pretenda levantar, hay que demolerlas y hacerse unas nuevas. Y este es el punto en que las antiguas castas políticas usufructuarias del néctar del Estado entran en disputa con el gobierno actual; donde los exactores del viejo orden entran en conflicto con quienes desean llevar a cabo la renovación. Por eso, este cuatrenio no va a ser un gobierno fácil: nadie quiere que le arrebaten lo que por años ha sido de su disfrute particular. Ninguno de la vieja clase política desea que le sean despojados los privilegios que sus antepasados les han legado. Y es natural que así sea. Por eso la tarea es ardua. Pero hay que iniciarla, que provocarla. Toda gran obra tiene un comienzo. Y el de ésta, es ahora.


Construir sobre lo construído tiene razón en cuanto esas viejas estructuras sean aprovechables y consistentes. Pero cuando no lo sean deben ser derribadas y reemplazadas por unas nuevas, como lo propone el Pacto. Y, como es normal, habrá quienes se resistan a ese cambio porque se ve comprometido su estilo de vida y sus privilegios.



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