lunes, 26 de septiembre de 2022

Bitácora de una Colombia que renace (10)

 El tema ambiental en la agenda política internacional


Es inédito en la política colombiana que un presidente le hubiera alzado el tono de voz a Estados Unidos en un escenario como la asamblea de las naciones unidas y que ese tono tuviera un marcado contenido ambiental. Tan solo por eso, valió la pena haber votado por el cambio. Pero, a diferencia de lo que opina Miguel Turbay (para quien cada actuación del gobierno es sospechosa y susceptible de examen) el discurso no reivindica al elegido con sus electores: es, por el contrario, concretizar lo prometido en campaña. Lo interesante de la intervención del presidente Petro no está, sin embargo, en el contenido de su discurso, sino en el viraje que da con el mismo a las relaciones con el norte. El norte: una palabra precisa para referirse a Estados Unidos. Lejos de provocar un incendio, intuyo en las palabras de nuestro presidente una nueva posición con respecto a las relaciones que hemos tenido con nuestros amigos gringos. Y como ha insistido desde el principio de su administración, nuestro presidente quiere un diálogo franco y sincero, donde el respeto y no el menosprecio sea la rúbrica distintiva. Una gran diferencia con respecto a todas las administraciones pasadas. En este artículo no pretendo hacer una disección pormenorizada del contenido de su alocución (tema ya agotado por nuestros analistas); me interesa la posición que asume el gobierno colombiano frente al exterior. Desde luego, todos los conservaduristas salieron lanza en ristre contra nuestro presidente, lo cual cabría esperarse: no era para menos. Ellos nunca se habrían atrevido siquiera a mirarlos a los ojos si estos no se lo permitieran. Se escandalizan cuando alguien lo hace. Es como el esclavo que osa increpar a su amo. No entienden otra ética que la erogada por la servidumbre voluntaria. Es su naturaleza: tienen un código moral tan obtuso y anacrónico que, para mantener su estatus social con sus prebendas y privilegios, se acostumbraron a medrar entre las sombras de un país feudal. Por eso la indignación. Olvidan que, en esta porción de tierra, habitamos nosotros y ellos y ya el oscurantismo pasó. No somos una colonia del norte. Por tanto, sólo se habla (sobre todo se discute) entre iguales, como escribiera Savater. Y esa igualdad empieza en las palabras, en el discurso, en la proposición de ideas para replantear una nueva política antidrogas, por ejemplo.


Los ojos del mundo se posan en el medio ambiente. Petro acusa al capital por el deterioro del planeta. Y tiene razón: al empresario no le importa talar una hectárea si con eso logra un buen pago. Ven los recursos naturales con el signo equivocado del dinero. Todo lo tasan y todo lo venden. Hasta ahora, cuando llega alguien que no comulgan con sus pesas ni medidas. Por eso creo en el cambio.


viernes, 16 de septiembre de 2022

Bitácora de una Colombia que renace (9)

 Apología de Gustavo Bolívar 


No tiene necesidad de estar ahí. Eso lo dejó claro hace cuatro años, en su primera oportunidad en el parlamento. Tampoco ocupa su curul por dinero: dona su sueldo. Ese desinterés clientelar, característico entre sus pares, lo convierte en un funcionario sui generis en el panorama nacional. En él se cumple la máxima que haría célebre Claudia Lopez cuando fue interrogada sobre el ejercicio de la función pública: la política no es un negocio, sino una vocación, y se presta un servicio que debiera estar lejos de buscar el lucro personal. El funcionario público no debería ver el Estado como una fuente de riqueza, sino como la oportunidad noble de prestar un servicio en procura del bien general. Como podrá verse, a este punto me es inevitable hablar en griego y evocar a Platón y su República. Gustavo Bolívar es el arquetipo del que ejerce la política por la política misma, es decir, del que presta un servicio desinteresado a su patria con el objetivo de que el país sea un mejor lugar en el cual vivir. Nada más. Desde luego, no intento estatuir un nuevo santoral con Bolívar como patrono, pero sí busco el reconocimiento al que reconocimiento merece. No hay un político así.


La política por la política misma. La política como vocación en aras del bien general. Sigo hablando en griego. Y sigo siendo idealista. Me interesa ese desinterés del que ha sido exitoso en su área como guionista y escritor y pone en paréntesis su carrera por buscar la quimera de un país mejor para todos. Me interesa el acto altruista de donar un sueldo de congresista y trabajar sin afán de lucro. En nuestra realidad no habíamos visto algo así. Gustavo Bolívar es ese animal exótico que se guía por un sueño y, en su consecución, pospone su legado para ofrecer un servicio a su patria. Si nos detenemos a observar esa actitud, su sola contemplación lo pone en un lugar excepcional. Tan sólo por eso, merece mi respeto. Desde luego, no le faltan detractores: en un gallinero, el águila tiene una fuerte resistencia porque sus alas son enormes y su pico es largo y afilado, poco diestro para la tarea comunal de arañar el suelo y procurarse gusanos y semillas. Por ende, es incomprendido. En el gallinero, es resistido. En el clima de mediocridad, como lo dijera José Ingenieros, siglos antes, el idealista debe esperar a que las condiciones mejoren para esculpir lo que será su obra perenne. Entretanto, estamos en el clima de la mediocridad, donde los agazapados y los acomodaticios medran en el banquete público para asegurar su sustento. Los puestos oficiales son acaparados por transacciones mercantilistas donde unos trabajan por el bienestar de otros, pero nunca por el bienestar de todos. Y cuando una figura de tamaña magnitud entra en la escena pública, lo natural es la resistencia. El senador es una de las figuras del Pacto que más resquemores suscita porque no pueden leerlo tan fácilmente. No tiene sus mismos apetitos ni busca lo mismo que ellos. Bolívar es un político no político; esto es, un hombre libre que no tiene los intestinos amarrados al Estado para obtener ingresos, como sí lo es un político promedio. En cambio, es un hombre que trabaja en el congreso con una agenda que es la de todos: equilibrar la balanza. Como es obvio, no intento salvarlo de salidas en falso o de declaraciones desafortunadas: el tipo no es perfecto. Tiene su temperamento, sus pasiones y sus ambiciones. Pero le admiro su talante visionario de aplazar su obra por mejorar las condiciones de los de abajo. En este aspecto, no hay otro político que se le pueda comparar. Por eso su presencia resulta urticante para unos y amenazante para otros.


El ejercicio de la política comporta esos riesgos. Y estamos aprendiendo, en el gobierno del cambio, que para gobernar hay que tomar decisiones y no siempre éstas resultan ser populares. Gustavo Bolívar, antes de la elección presidencial, había declarado que, de haber perdido en la presidencia, se retiraría de la política. Felizmente, estará cuatro años más. A este punto, faltan los adjetivos para elogiarlo y darle un homenaje adecuado a su estatura. Es el primero de los petristas porque no le debe su lugar a nadie, ni siquiera al presidente Petro. Por lo tanto, puede criticar abiertamente lo que le parece y lo que no. Por fortuna, nunca recalará al otro lado de la orilla, donde no es ni será persona grata. Y no lo salvaré de lo cuestionable que pueda hacer en su carrera como congresista. 



lunes, 5 de septiembre de 2022

Bitácora de una Colombia que renace (8)

 La oposición ¿inteligente?


Estuvimos a ese lado del espectro durante tanto tiempo que se hace extraño escribir sobre oposición, pero veo lo que pasa ahora con la tan mentada oposición inteligente que estas líneas se hacen, más que pertinentes, necesarias para sentar las bases de una discusión. El gobierno del cambio inició y, con él, una nueva clase de resistencia política que, al no estar acostumbrada a ese ejercicio de la democracia que consiste en poner la lupa en la administración pública y cumplir el rol de veedor crítico, da palos de ciego en cada puesta en escena. Sí, con esas palabras. Porque esta especie de contradictor político no sabe hacer nada distinto a lo que ha venido haciendo, incluso cuando estuvieron en el gobierno: dar palos de ciego. Parece que su intento de estar a la otra orilla del gobierno, más que fungir como censores de las actuaciones del establecimiento, es legitimarse ante sí mismos como opositores. Y, para lograrlo, salen con cualquier cosa para llamar la atención y pedirle a su audiencia que no los ignore. Es una puesta en escena. Lamentable, si se quiere. Paloma Valencia y su sainete con cuatro gatos que intentó pasar ante medios afines a su ideología como protesta al nuevo gobierno, así lo demuestra. Y el congresista por las negritudes —que ganó su curul engañando a las negritudes— es otra prueba deplorable de ello: buscan discordar con lo que sea que haga el gobierno. Entienden su novísima función como decir siempre no. Y se instalan frente a sus simpatizantes como una alternativa viable de opinión. Muy distintos a lo que fue la oposición durante el gobierno pasado. Desde luego, no salvo de salidas en falso del gobierno del cambio en el primer mes de ejercicio —las hay y variadas— pero salir a los medios y criticarlas sin más argumentos que decir no, es una postura que muestra el talante de la oposición que se está formando. Necesitamos debates con altura y propuestas frente a lo que consideran errado. Y, para llegar a ese estado del arte, se requiere tener una visión de país más amplia. Necesitamos una oposición que realmente conteste desde el otro lado del espectro y sea constructiva frente a lo que no están de acuerdo, pero cuando salen con dislates como la reforma del salchichón o con declaraciones desinformadas sobre el silencio de colombia en el caso Nicaragua, se deja ver que se requiere más trabajo y más análisis.

 

La oposición por la oposición misma. Son como aquellos inconformes que no saben por qué lo están. No saben a qué oponerse. Se intuye en sus motivaciones la necesidad de manosear la opinión pública para llegar con algún caudal electoral frente a las elecciones regionales del próximo año. Una oposición férrea cuya única tarea pareciera ser decir siempre no a lo que le propongan. es como discutir con un fanático religioso sobre el cielo y el infierno: para esta clase de gente, no habrá más alternativa que lo uno o lo otro.




martes, 16 de agosto de 2022

Bitácora de una Colombia que renace (7)

 El pastor millonario: dad al César...


El tema de los impuestos a las iglesias de nuevo está en la palestra, pese a que el ministro Ocampo ha recalcado que no les impondrá tributo en esta reforma. Entonces, ¿por qué la gazapera que se ha armado, tanto en redes como en columnas de opinión? En lo personal, aprovecho el tema para discurrir alrededor de esta posibilidad.


Me interesa ponerme en los zapatos del pastor. Nada más. En esta columna, me apartó de un sí o un no con respecto a la discusión. Claro que estoy de acuerdo con que las iglesias tributen, cómo no estarlo. En lo que me quiero centrar es en la conciencia pietista y legalista de un pastor que legisla desde su púlpito sobre el cielo y el infierno. A diferencia de otros columnistas, mi acento no está en el dinero, sino en el sujeto que lo recibe en nombre de Dios; en el ministro que domingo tras domingo tiene la tarea de enfrentar a Dios con sus adoradores y plantarse frente al Eterno con su conciencia adormecida y engañada, mas no tranquila. Mi interés -más allá de los credos y las advocaciones- está en el mensajero y no en las monedas de oro.


Dar al César lo suyo. ¿Qué es eso? Entregarle lo que le corresponde. En la antigua Roma, las monedas tenían el rostro del emperador de turno. Lo que exigía es que se las devolvieran y, de esa transacción, se originó la primera economía global. En las Escrituras -que es la fuente de autoridad reconocida por las confesiones cristianas- se establece que el levita (es decir, el sacerdote) debe ser sustentado por el pueblo porque no tiene heredad en la tierra. Y ese es el argumento principal de la iglesia evangélica. En este punto, tienen razón: basta ver al párroco de barrio al cual le llega dinero y mercado de parte de su feligresía, la cual teme el castigo y el fuego y, en no pocas ocasiones, a través de bazares y rifas recauda fondos para levantar la parroquia. Parroquia que, desde luego, pasa a ser propiedad de la Santa Sede. Hasta este punto colijo con ellos: al levita lo sustenta su pueblo y lo asiste. Pero el asunto deja de ser así de sencillo cuando el sacerdote recibe más de lo que puede consumir y, en vez de repartir el excedente, decide de manera egoísta quedárselo. Cuando el pastor recibe más de lo que puede gastar y no lo reparte entre los menesterosos -como es su función hacerlo- abandona su propósito primero y cae en pecado. Arjona: a Jesús le da asco el pastor que se hace rico por la fe. Y le agregaría: no solo a Cristo, también a nosotros los desterrados hijos de Eva. Lo repito: cuando el pastor recibe dinero de parte de los creyentes y, en lugar de bendecir a su prójimo entregándole parte de lo recibido, se lo queda y lo guarda para sí, peca; cuando se aparta del voto de pobreza que le enseñó el hijo de Dios y usa el don recibido de lo alto para acumular riquezas, peca; cuando decide que el gusto por las riquezas es mayor a su vocación, peca. Ante Dios y ante los hombres. Porque su función no es acaparar riquezas, sino imitar a Cristo. De igual manera, el Cristo les enseñó que no se puede amar a Dios y a las riquezas, porque uno termina por excluir al otro. Por eso me causa curiosidad que haya un debate sobre los impuestos eclesiales: lo raro no es que no tributen, sino que por iniciativa propia no lo hayan hecho. Que atestiguen de su fe con el ejemplo, como lo exige el evangelio. Para los que no profesamos su credo con tanta devoción nos causa simpatía la figura del pastor en Rolls-Royce, Rolex y Balenciaga: se ha desviado de la fe. Pasan de ser siervos del Altísimo a ser sepulcros blanqueados. Se les olvida que el tan mentado evangelio de la prosperidad no es tener bienes suntuarios ni edificios ni propiedades costosas, como lo hacen ciertos falsos profetas, sino propagar entre sus hermanos el mensaje de caridad del crucificado. Nada más alejado del mensaje del mesías que un pastor opulento. Y esto, como es natural, nos lleva al tema de los impuestos: dado que los pastores son tan prósperos con su congregación, es justo que paguen impuestos por sus ingresos. Porque el diezmo que reciben de sus fieles son ingresos, los cuales deberían estar gravados. Y que no se les ocurra ocultarlos, como lo hicieron Ananías y Zafira…


Hasta que no cambien su concepción sobre qué es el Evangelio de la prosperidad (lo entienden como vivir como ricos profesando un mensaje de austeridad) las iglesias cristianas seguirán siendo un fortín del politiquero de turno. No causa tanto asco hoy en día que escuchar a un pastor condenando a las llamas eternas a un homosexual por su condición cuando él mismo ha caído en simonía. El pastor Rico es la antítesis del Cristo que profesa.  Sálvanos, señor, de caer en una iglesia de esas…



martes, 9 de agosto de 2022

Bitácora de una Colombia que renace (5)

 Las viejas estructuras y los nuevos fundamentos.


“... unas reformas que no implican destruirlo todo, sino construir sobre lo construido, pero en algunos casos, demoler para reconstruir nuevos cimientos sociales…” esta frase, esbozada del discurso de Roy Barreras en la posesión presidencial hace unos días, define certeramente lo que será el gobierno progresista de Gustavo Petro en el cuatrenio del Pacto. La frase también conjuró, de una vez por todas, los temores infundados que aún puedan incubarse en la conciencia colectiva: no se pretende refundar la patria, como alegan los opositores. Se trata de replantearse las instituciones de nuestra sociedad y redefinirlas en el nuevo contexto político. Los fantasmas del socialismo del siglo XXI se desvanecen a medida que se concretice las reformas que se llevarán a cabo para poner en marcha la idea de país por la cual votamos en las pasadas elecciones. El reto no es sencillo, así como gobernar no es una tarea fácil. Se trata, ante todo, de buscar consensos y dirimir disputas para llegar a acuerdos. Eso es democracia, a grandes rasgos. 


Construir sobre lo construído. Levantar el andamiaje sobre fundamentos ajenos. Lo encomiable es encontrar basamentos sólidos para que la obra a ejecutar pueda resistir los embates eventuales. Esa premisa tranquiliza. El nuevo gobierno no viene a arrasar con nuestra seguridad jurídica ni va a improvisar un gobierno vaporoso. Por eso Petro es un estadista. Nuestro país no puede caer en la tentación de arrancar de nuevo cada cuatro años guiado a los caprichos sucedáneos del gobernante de turno. Por eso hay que echar mano de lo que dejó la anterior administración para continuar la obra propia. En este sentido, se entiende que Colombia no es lo que un mandatario quiere que sea, sino lo que ha venido siendo por doscientos años de historia republicana y, en este sentido, es un producto histórico. Disculpen si estas líneas se plagan de lugares comunes y frondas retóricas: en ocasiones es saludable revisar los anaqueles de la memoria y hacer un inventario minucioso para parir una idea que pueda sostenerse para uno mismo, aunque no para el resto del mundo. Y esa honestidad intelectual me obliga a escribir distendido y recorrer lo que he sido para ver el porvenir sin apasionamientos. Ese examen es necesario en cada uno de nosotros para pararnos frente a lo que se nos viene como patria. Y vuelvo sobre la frase que origina este artículo: construir sobre lo construído. Es una obviedad que me tengo que replantear para extraer de ella las consecuencias posibles. En el ejercicio político, es redundar. Lo interesante es cuando viene acompañada con su condicionante, el cual prende las alarmas. Y es ese condicionante lo que nos llevó a las urnas y elegir el gobierno de Petro. Estamos acostumbrados a que desde las esferas gubernamentales nos digan que las cosas, así como están, están bien. Y lo hemos creído por luengos años, hasta el momento en que nuestra conciencia social fue sacudida por las injusticias y las masacres. Entonces advertimos que las cosas, como estaban, no estaban necesariamente bien. Por lo menos, no para nosotros, los de abajo. La desigualdad en Colombia tiene un origen: el gobierno de unos cuantos, que aseguraron su bienestar a costa del bienestar general y armaron el andamiaje gubernamental para que esa estructura se conservara por generaciones. Y a ese orden lo llamaron Establecimiento. Y por años estuvimos de acuerdo con ese sistema. Hasta que la verdad nos abrió los ojos. Construir sobre lo construído, desde esta óptica, pretende hacer las nuevas obras sobre los viejos cimientos, es cierto, pero el enfoque cambia: ya no será para unos cuantos, sino para todos. Equilibrar la balanza social, como lo he venido escribiendo en el transcurso de estos artículos. Que el acento no esté en la satisfacción de unos cuantos burócratas, hijos de quienes construyeron el establecimiento, sino en el pueblo, que es el primer elector y el principal sujeto de la política. Pero —y ese es el quid del artículo— cuando esas viejas estructuras sean insuficientes para resistir la obra que sobre ellas se pretenda levantar, hay que demolerlas y hacerse unas nuevas. Y este es el punto en que las antiguas castas políticas usufructuarias del néctar del Estado entran en disputa con el gobierno actual; donde los exactores del viejo orden entran en conflicto con quienes desean llevar a cabo la renovación. Por eso, este cuatrenio no va a ser un gobierno fácil: nadie quiere que le arrebaten lo que por años ha sido de su disfrute particular. Ninguno de la vieja clase política desea que le sean despojados los privilegios que sus antepasados les han legado. Y es natural que así sea. Por eso la tarea es ardua. Pero hay que iniciarla, que provocarla. Toda gran obra tiene un comienzo. Y el de ésta, es ahora.


Construir sobre lo construído tiene razón en cuanto esas viejas estructuras sean aprovechables y consistentes. Pero cuando no lo sean deben ser derribadas y reemplazadas por unas nuevas, como lo propone el Pacto. Y, como es normal, habrá quienes se resistan a ese cambio porque se ve comprometido su estilo de vida y sus privilegios.



viernes, 29 de julio de 2022

Bitácora de una Colombia que renace (5)

 Algunas palabras sobre Duque


Cabe imaginarse a Iván Duque escrutando, desde la ventana de la casa de Nariño, el horizonte plomizo del cielo bogotano sometido íntimamente a un examen de conciencia sobre el presidente que pudo haber sido y lo que evidentemente resultó siendo. En este punto, las figuras literarias no ayudan mucho: intentan romantizar el espectáculo grotesco y deplorable de un hombre atrincherado en el poder, quien siente cómo se acerca el ocaso de su gestión sin dejar un legado palpable y perenne. Lo único que le queda por hacer es un inventario burocrático de las obras que alcanzó a entregar y las que dejó en ejecución. Pero eso, claramente, no es un legado. Es como el empleado que intenta persuadir a su supervisor sobre la importancia de su gestión al resaltar lo eficiente que la hace, ignorando que para eso se le contrató. Lo vimos en su rendición de cuentas en el congreso, hace algunos días. Duque el funcionario: se dedicó a dirigir el país al vaivén de los caprichos de su partido y, al no resultar las cosas como le hubiera gustado que pasaran, se decidió a hacer oídos sordos al pueblo y gobernar para sus amigos. Y ni el pueblo ni su partido avalan su gestión. Los primeros lo quieren lejos de la presidencia y los segundos no quieren verse involucrados con su desastre. Lo dejaron solo, lo lanzaron a las fauces afiladas de sus opositores y no se preocuparon por respaldarlo. Por eso se dice que la victoria es grandilocuente y pletórica de amigos y la derrota es huérfana y muda. Salvo por los demonios interiores. En el caso de nuestro presidente saliente, este cuadro adquiere especial relevancia: tras los cristales de la casa de Nariño que dan a la plaza de Bolívar, Duque el desencantado percibe las horas que le quedan en el mandato como un rosario inmisericorde de ayes y reclamos por las cosas bienintencionadas que le faltaron por hacer. Y en la soledad de su estudio siente el peso de la soledad tan abrumadora e insoportable que intenta autocompadecerse valiéndose de la pandemia y el fantasma de la recesión mundial. 


Su última defensa: la culpa la tienen los otros. Nunca él. Tuvo, eso sí, toda la intención de ser un buen gobernante. Lo que pasa es que las cosas no se dieron. Llegó la pandemia, la guerra en Ucrania, la dimisión del presidente de Sri Lanka y otras noticias en el plano internacional. Le pasó de todo para que no pudiera concretar su proyecto de nación. Además, estuvo la oposición. Como lo declaró en su autoentrevista, ésta tuvo la culpa de que Colombia esté como está. Así, en esas palabras. Desde su perspectiva, es inimputable en el tribunal de los pueblos. Simplemente, no lo dejaron trabajar. Y eso le vale para dormir con la conciencia tranquila. La conciencia: ese momento confrontativo al que todos nos enfrentamos en los momentos del día más rutinarios. Pero su conciencia (y lo sabe, aunque se niegue a aceptarlo) no está tranquila: se adormece con sus disculpas y las palmaditas en el hombro de sus subalternos, los cuales lo compadecen desde la hipocresía de los cargos que deja decretados, como las misiones diplomáticas o la junta de Ecopetrol. Al igual que Uribito Arias, no cometió ningún delito, aunque sí propició que otros —ya sea por su anuencia reticente o por su ingenuidad sospechosa— los cometieron bajo su auspicio. El idiota útil de los que manejan los hilos tras bastidores. Hasta ese momento en que su rostro de pega contra el cristal desconcertado del néctar de estar por encima de todos, advierte que el ocho de Agosto se encontrará tan solo como estuvo antes de embarcarse en la aventura del mandato y que otros se lucran gracias a su ineptitud, pero será él quien responda por esos crímenes de cuello blanco, como suele ocurrir. Después de esa implacable fecha, nuestro buen Duque será un ciudadano más, con el agravante de que será tan vulnerable a los caprichos de la fortuna como cualquiera. Sabe que lo indagarán, lo investigarán minuciosamente así como lo hicieron con su mentor, el innombrable, con la abismal diferencia de que aquel ostentó un poder real y efectivo sobre el aparato político nacional —incluso después de dejar la Casa de Nariño— que le permitió evadir la justicia por mucho tiempo, pero él no tiene ese talante ni ese respaldo ni esa influencia. Se irá como llegó al poder: sin ninguna carta de recomendación, sin aval, instrumentalizado. Como ciudadano vulnerable al poder que deja, será presa fácil de las cortes y las investigaciones: se avecina un nuevo proceso 8000. Pero a nadie le importará porque no habrá un duquismo que lo respalde, menos un capital político que lo libre de la espada de la justicia.


miércoles, 20 de julio de 2022

Bitácora de una Colombia que renace (4)

La oposición que viene y sus peligros, si no nos va bien.



Luego del triunfo de Petro, la oposición quedó huérfana. Los cálculos apuntaban a una segunda vuelta con fico y que éste, si perdía la elección, encabezara la oposición al gobierno progresista, pero se atravesó el rey loco y pateó el tablero de ajedrez. Los primeros perjudicados, por ende, fueron los uribistas, los  cuales quedaron desperdigados en el plano político. Sin un líder visible que los acomune, porque Uribe declaró con desenfado que está curado del uribismo. Y sin el innombrable, ¿quién queda? La derecha más radical y pendenciero, quienes son azuzados por odios infundados y miedos sin valor real. Queda una caterva de fanáticos que su único propósito, ya sin el líder, es la oposición por la oposición misma. Y el rey loco tampoco los representa. Son casi diez millones de personas que se nutren de sus miedos y son proclives a moverse según el capricho de quien capte su atención y asuma sus banderas. En este momento, ¿quién puede elaborar un discurso extremista que pueda encender una vez más su fervor? La respuesta es inmediata: la cabal.



Si al progresismo le va mal en este cuatrienio (y espero, de todo corazón,  que no sea así), Maria Fernández Cabal es la presidente que nos merecemos y habremos fracasado como sujetos políticos. Estaremos condenados a nuestro pensamiento medieval y la diatriba entre amo y siervo. Se supo desligar desde un principio de Iván el nefasto y no me extrañaría que abandone el centro democrático para fundar su propio movimiento. Y tiene con qué hacerlo. Su discurso, entreverado de nostalgias de la guerra fría y añoranzas soviéticas, tiene el poder de atraer a esa muchedumbre que quedó desamparada y ofrecer una alternativa frente al Pacto. Por eso el presidente Petro, una vez se posesione, tiene una de las tareas más difíciles que presidente alguno ha tenido en nuestra historia republicana: recomponer el camino. Y lo sabe. Como lo dijo durante la campaña, su visión de país no se construye en cuatro años, pero si queremos ese país prometido desde ya, desde su primer año, debe promulgar las reformas que se necesitan para cristalizar esa quimera. El Pacto no es un proyecto de cuatro años, es cierto, pero si queremos que esa visión sea posible, Petro debe producir los cambios estructurales para que los electores volvamos a las urnas y reelijamos su propuesta. No reelegir a Petro (lo recalcó aquí) porque no es buena la perpetuidad, sino volver a decidirnos por el proyecto que constituyó como Colombia Humana. El Pacto, como reiteradamente lo dijo durante la campaña, es un proyecto de varios mandatarios elegidos democráticamente por el pueblo al que representan, pero su primer desafío (el más grande, quizá) es transformar una república de vocación feudal a una nación que desarrolle el capitalismo como propedéutica necesaria para llegar al sano equilibrio social. Esa es la promesa. Por eso se respira optimismo. 



Es sabido que, al pasar a ser gobierno, los que antes eran gobierno pasan a ser oposición. Es natural, incluso sano que ocurra. Pero no imaginamos que esa oposición que se está configurando alrededor del discurso trasnochado y anacrónico de la cabal se vaya tornando radical, incluso dogmática. Se habla de socialismo, de comunismo… se habla, en fin, de fantasmas. Y los fantasmas asustan. Y el miedo es una herramienta efectiva para dominar. Lo ha demostrado la historia. El miedo fue el combustible del fascismo de la primera mitad del siglo veinte y lo sigue siendo cuando se intenta establecer posiciones políticas. No he escuchado más que frases altisonantes en las entrevistas que me he obligado a oir de la cabal. Lugares comunes, mucho socialismo, eso sí, el Komminter, la socialdemocracia… cosas así. Escuchar a la cabal es asistir a un inventario de términos de la posguerra. Como discurso, es discutible, pero a esta gente no les interesa llegar a la verdad a través de argumentos que cumplan las reglas de la lógica formal; les interesa tener la razón. Y su razón es un nubarrón convulso de pesadillas ya superadas por la humanidad, por lo menos en el hemisferio occidental. En ese orden de ideas, conversar con un uribista que se decida por este discurso inactual, es como debatir con un terraplanista en un simposio de Física contemporánea: quienes los escuchan apenas pueden dar crédito a sus postulados, cuando no los toman en chanza. Y eso, precisamente, es lo que los hace peligrosos. Cuando Trumph era candidato a la presidencia, el error del electorado fue subestimar el discurso del millonario. Porque ¿cómo tomarlo en serio, si su campaña fue un completo circo de todo lo que no se debe hacer? Su discurso racial y homofóbico, sus reformas proteccionistas y arbitrarias, su política exterior de risa… y al no tomarlo en serio, advirtieron tarde que esa sarta de estupideces convenció a muchos y nos llevó a la paranoia de la crisis de los misiles. El pueblo norteamericano aprendió que por más ridículo y zafio que suene un candidato, no puede ser subestimado: hay clientes para esa prosapia delirante. Y nosotros lo vivimos durante tres semanas: estuvimos abocados a elegir un peor gobierno que el de Duque, incluso sin comenzar…



Por lo tanto, no podemos devolverles el favor: no subestimemos a la oposición que se está fraguando desde las cloacas de la extrema derecha. Por dislocado que suene su discurso, debemos estar alerta. La oposición huérfana estará en la búsqueda de alguien que hable por ellos. Confiamos que en el gobierno del Pacto haya cabida para todas las expresiones sociales. Hay reformas urgentes que deben hacerse desde ya, porque no hay tiempo. Porque desde ya lo pronostico: si no hacemos las cosas bien, el panorama dentro de cuatro años no se ve bien. Imagine por un instante a la cabal como presidenta y pregúntese: ¿es el gobierno que nos merecemos?...