La oposición que viene y sus peligros, si no nos va bien.
Luego del triunfo de Petro, la oposición quedó huérfana. Los cálculos apuntaban a una segunda vuelta con fico y que éste, si perdía la elección, encabezara la oposición al gobierno progresista, pero se atravesó el rey loco y pateó el tablero de ajedrez. Los primeros perjudicados, por ende, fueron los uribistas, los cuales quedaron desperdigados en el plano político. Sin un líder visible que los acomune, porque Uribe declaró con desenfado que está curado del uribismo. Y sin el innombrable, ¿quién queda? La derecha más radical y pendenciero, quienes son azuzados por odios infundados y miedos sin valor real. Queda una caterva de fanáticos que su único propósito, ya sin el líder, es la oposición por la oposición misma. Y el rey loco tampoco los representa. Son casi diez millones de personas que se nutren de sus miedos y son proclives a moverse según el capricho de quien capte su atención y asuma sus banderas. En este momento, ¿quién puede elaborar un discurso extremista que pueda encender una vez más su fervor? La respuesta es inmediata: la cabal.
Si al progresismo le va mal en este cuatrienio (y espero, de todo corazón, que no sea así), Maria Fernández Cabal es la presidente que nos merecemos y habremos fracasado como sujetos políticos. Estaremos condenados a nuestro pensamiento medieval y la diatriba entre amo y siervo. Se supo desligar desde un principio de Iván el nefasto y no me extrañaría que abandone el centro democrático para fundar su propio movimiento. Y tiene con qué hacerlo. Su discurso, entreverado de nostalgias de la guerra fría y añoranzas soviéticas, tiene el poder de atraer a esa muchedumbre que quedó desamparada y ofrecer una alternativa frente al Pacto. Por eso el presidente Petro, una vez se posesione, tiene una de las tareas más difíciles que presidente alguno ha tenido en nuestra historia republicana: recomponer el camino. Y lo sabe. Como lo dijo durante la campaña, su visión de país no se construye en cuatro años, pero si queremos ese país prometido desde ya, desde su primer año, debe promulgar las reformas que se necesitan para cristalizar esa quimera. El Pacto no es un proyecto de cuatro años, es cierto, pero si queremos que esa visión sea posible, Petro debe producir los cambios estructurales para que los electores volvamos a las urnas y reelijamos su propuesta. No reelegir a Petro (lo recalcó aquí) porque no es buena la perpetuidad, sino volver a decidirnos por el proyecto que constituyó como Colombia Humana. El Pacto, como reiteradamente lo dijo durante la campaña, es un proyecto de varios mandatarios elegidos democráticamente por el pueblo al que representan, pero su primer desafío (el más grande, quizá) es transformar una república de vocación feudal a una nación que desarrolle el capitalismo como propedéutica necesaria para llegar al sano equilibrio social. Esa es la promesa. Por eso se respira optimismo.
Es sabido que, al pasar a ser gobierno, los que antes eran gobierno pasan a ser oposición. Es natural, incluso sano que ocurra. Pero no imaginamos que esa oposición que se está configurando alrededor del discurso trasnochado y anacrónico de la cabal se vaya tornando radical, incluso dogmática. Se habla de socialismo, de comunismo… se habla, en fin, de fantasmas. Y los fantasmas asustan. Y el miedo es una herramienta efectiva para dominar. Lo ha demostrado la historia. El miedo fue el combustible del fascismo de la primera mitad del siglo veinte y lo sigue siendo cuando se intenta establecer posiciones políticas. No he escuchado más que frases altisonantes en las entrevistas que me he obligado a oir de la cabal. Lugares comunes, mucho socialismo, eso sí, el Komminter, la socialdemocracia… cosas así. Escuchar a la cabal es asistir a un inventario de términos de la posguerra. Como discurso, es discutible, pero a esta gente no les interesa llegar a la verdad a través de argumentos que cumplan las reglas de la lógica formal; les interesa tener la razón. Y su razón es un nubarrón convulso de pesadillas ya superadas por la humanidad, por lo menos en el hemisferio occidental. En ese orden de ideas, conversar con un uribista que se decida por este discurso inactual, es como debatir con un terraplanista en un simposio de Física contemporánea: quienes los escuchan apenas pueden dar crédito a sus postulados, cuando no los toman en chanza. Y eso, precisamente, es lo que los hace peligrosos. Cuando Trumph era candidato a la presidencia, el error del electorado fue subestimar el discurso del millonario. Porque ¿cómo tomarlo en serio, si su campaña fue un completo circo de todo lo que no se debe hacer? Su discurso racial y homofóbico, sus reformas proteccionistas y arbitrarias, su política exterior de risa… y al no tomarlo en serio, advirtieron tarde que esa sarta de estupideces convenció a muchos y nos llevó a la paranoia de la crisis de los misiles. El pueblo norteamericano aprendió que por más ridículo y zafio que suene un candidato, no puede ser subestimado: hay clientes para esa prosapia delirante. Y nosotros lo vivimos durante tres semanas: estuvimos abocados a elegir un peor gobierno que el de Duque, incluso sin comenzar…
Por lo tanto, no podemos devolverles el favor: no subestimemos a la oposición que se está fraguando desde las cloacas de la extrema derecha. Por dislocado que suene su discurso, debemos estar alerta. La oposición huérfana estará en la búsqueda de alguien que hable por ellos. Confiamos que en el gobierno del Pacto haya cabida para todas las expresiones sociales. Hay reformas urgentes que deben hacerse desde ya, porque no hay tiempo. Porque desde ya lo pronostico: si no hacemos las cosas bien, el panorama dentro de cuatro años no se ve bien. Imagine por un instante a la cabal como presidenta y pregúntese: ¿es el gobierno que nos merecemos?...